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Mostrando entradas de junio, 2013

¿Y sirvió de algo?

JUAN PABLO JIMÉNEZ -. Con la mano en el corazón, la mía y de ellos: ¿sirvió de algo? ¿Sirvió después de que todo quedara prácticamente igual? ¿Sirvieron de algo la parrilla, el “poroteo”, el llanto de sangre? ¿Sirvió de algo desaparecer, tirar piedras, ver a un hijo de 3 años cómo lo torturaban para que el detenido entregara información? Lucharon entregando la identidad, por gente que después hizo pacto con un arcoiris que no ha cumplido ni la mitad de lo que prometió hace más de dos décadas. Dejaron casa, hijos, esposas, comodidades. Se prepararon en el extranjero. Levantaron el fusil, la mano y el corazón. Se entregaron a la causa. Y pagaría con la vida el que abriera la boca. ¡O peor aún!: con el desprecio. En el libro del periodista chileno Cristóbal Peña, “Los Fusileros”, no solo se detalla lo que fue el atentado a Pinochet en 1986. Más bien la esencia de este libro es la historia de cada uno de estos personajes reales y sus sueños, sus frustraciones y convicc

Pablo Simonetti: la insatisfacción de los privilegiados

JORGE MUZAM -. Las mujeres enloquecen por él, aún sabiendo que es gay. Ni siquiera les importa mucho que sea un escritor (pues los lectores efectivos están casi extintos) y probablemente uno de los mejores de las últimas generaciones. Lo que suele primar en su caso, tal como en el de la activista comunista Camila Vallejos, son sus perturbadoras bellezas físicas. Pero Pablo Simonetti es mucho más que eso. Es un activo movilizador de conciencias. Tiene abundantes enemigos entre la ultraderecha y la democracia cristiana, precisamente por su independencia de pensamiento, su amplitud de criterio, su carisma, sus convicciones igualitarias y no discriminatorias y por su capacidad de movilizar transversal y entusiastamente a un sinnúmero de personas. Viste impecablemente, con buen gusto, y su apariencia recuerda a los clásicos actores hollywoodenses (las mujeres lo encuentran más bello que George Clooney). Se expresa con elegancia, con precisión conceptual, sin intentar atro

El árbol siempre verde de Manuel Rojas

JORGE MUZAM -. No conozco a cabalidad la obra de Manuel Rojas. De mi tránsito infantil y adolescente sólo tengo grabada en mi memoria su cuento “El vaso de leche”. Más adelante he leído parte de su autobiografía y “Lanchas en la bahía”, aunque no recuerdo de qué se trataba. Hace poco leí “Mister Jaiba”, y me pareció un cuento formidable. Actualmente transito en su obra de crítica literaria “El árbol siempre verde”, aunque hace un par de días que no la encuentro y temo haberla perdido. Pero esas cosas suceden. Manuel Rojas sigue siendo hoy uno de los escritores más mencionados en Chile. La cultura literaria e identitaria de los chilenos lo lleva entre sus estandartes. Se sabe que fue un tipo esforzado que debió ganarse la vida en mil oficios de poca monta, que era medio chileno y medio argentino, que era un gigante canoso que daba unas zancadas largas y pesadas, y que su voz era tan retumbante como amable. Se sabe, además, que su último amor fue una alumna norteamericana con la

Augusto D’Halmar, el Almirante del Buque Fantasma

JORGE MUZAM -. Hace unos quince años leí Juana Lucero en la Biblioteca Nacional de Chile. Fue publicada en 1902 y es la primera novela de Augusto D’Halmar. Llegué al libro sin muchas expectativas y sabiendo casi nada del autor. Lo leí de principio a fin con el ceño fruncido. Un aire melodramático y truculento, tipo culebrón venezolano, tornaba pesada la lectura. Me recordó en su momento a las novelas Marianela y Naná, y a la novela A Girl of the Streets, del estadounidense Stephen Crane. Con la obras de Zolá y Crane tenía múltiples similitudes argumentales, e incluso un ejercicio de intertextualidad, pues la protagonista llegaba a conocer la obra del francés y se hacía llamar a sí misma Naná. No recordé Juana Lucero hasta este preciso momento, en que leo un capítulo del libro Premios Nacionales de literatura, de Mario Ferrero, una obra inteligente que escarba más asertivamente que otras obras similares. En el intertanto de estos quince años, he leído algunos cuentos de D’H

Valparaíso Gráfico. Álbum Familiar

JUAN PABLO JIMÉNEZ -. ¿Se puede definir Valparaíso? Sobre todo si se ama ese lugar. ¿Se puede explicar la esencia de un patrimonio universal? ¿Se puede explicar sus calles, su gente, la Feria de las pulgas? ¿Se puede explicar el puerto, la noche, un pernil en el “Cinzano”? Tal vez sí. Tal vez no. Como que da lo mismo. Porque a Valparaíso hay que sentirlo. Hay que vivirlo. Hay que mascarlo. No se puede hacer teoría con una ciudad que es comparable a cualquiera de las más bellas del mundo. Rodrigo Gómez Rovira en su libro “Valparaíso Gráfico” intentó explicar la esencia de este lugar pasadizo de sensaciones y el tiempo. Será porque vive en esta ciudad junto a su mujer Anamaria Briede, su hija Anastasia y su hijo Teo. Lo hace a través de imágenes. No hay palabras. Por lo menos no como estamos acostumbrados. Las palabras que describen a Valparaíso las definen y significan las imágenes que él plasma. Y uno disfruta este libro hasta casi las lágrimas y se imagina a Gómez Rov

Mártires de la existencia

JORGE MUZAM -. El escritor Enrique Lafourcade solía despreciar a los escritorcillos que intentaban anotarse un gol contando su propia intimidad, mordiéndose la cola, alaraqueando como execrables mártires de la existencia. Cada domingo despotricaba desde su tribuna en El Mercurio contra los intimistas. Él buscaba nuevos Salgaris y Hemingways, no estúpidos mocosos lateros que carecían de cojones para salir a buscar su destino. Pienso en él leyendo no más de tres líneas mías y enviándome al último lugar de sus anaqueles en oferta. ¿Tiene razón con su actitud?. Creo que sí, pues yo haría lo mismo. Detesto ese tipo de vagabundos, que de tanto ser mimados, terminan aburriéndose y no encuentran mejor camino que transcribir su aborrecible espirituosidad en letras fastidiosas. Por mi parte, cargo además con el estigma de ser joven y de clase media baja. La gran mayoría desconfía de una voz que autoasume su propio peso, sin falsas modestias, y que más encima no tiene canas, como

Juan Agustín Palazuelos: muy temprano para partir

JORGE MUZAM -. Recién, leyendo la novela Muy temprano para Santiago , del escritor Juan Agustín Palazuelos, me preguntaba por qué no era más conocido, por qué no aparecía en antologías ni manuales ni tratados críticos. Es cierto que murió muy joven, a los 33 años, pero dejó (al menos es lo que conozco) dos novelas de alto nivel. Tengo la manía de escarbar en la forma de narrar de cada escritor que me encuentro en el camino. Poco me importa el sobre qué escriben, sino el cómo lo hacen, cómo concatenan las frases, cuánta exactitud y pertinencia le dan a los conceptos, cómo se deshacen de los adornos, cuánta fuerza expresiva logran a través de sus construcciones. De esta forma, y tras pasar por cientos, sino miles de textos de otros escritores chilenos, mi memoria ha ido resguardando a los que he considerado como los mejores: Federico Gana, Jenaro Prieto, Carlos Droguett y José Donoso. Luego Manuel Rojas y Jorge Edwards, y más abajo todo el resto. Y no es que sean malos. Franci

Antena Hidalgo

JUAN PABLO JIMÉNEZ -. No todo en el periodismo es el reporteo. Hay “colegas” que se la pasan lloriqueando que andan en terreno, que la noticia está en terreno, que cruzaron el río por una cuña. Si andan tanto en terreno, ojalá que anden por la sombra; con estos calores… El reporteo está dentro del periodismo. No es periodismo. Periodismo es una artesanía mucho más amplia. Periodismo es investigar, opinar. Sentarse a observar el mundo y entregar esa visión al receptor para aclararle más la película. Guillermo Hidalgo en ese sentido fue todo un personaje. Periodista formado en la Universidad de Chile, fue académico de la Universidad Diego Portales y formó parte de El Mercurio de Valparaíso, Qué Pasa, La Época, La Tercera y fundamentalmente The Clinic, donde escribió firmando con su nombre y como los personajes Chupete Aldunate, Lenin Peña y Titán do Nascimento –este último arrancaba carcajadas leerlo. Hidalgo, que murió joven en 2009 a raíz de un paro cardíaco, fue de aqu

Fernando Rivas. La vida por delante

JORGE MUZAM -. Alrededor de 1992 compré una novelita de tapa oscura en una feria callejera de Chillán. Estaba tirada en el suelo polvoriento junto a otros libracos casi ilegibles. La recogí, le soplé el polvo de la portada y pagué el pequeño monto solicitado. Me la llevé junto a un libro de René de Chateaubriand que había comprado un momento antes.  La novela en cuestión se llamaba “La vida por delante” de Fernando Rivas y estaba editada por Zig-Zag. Comencé a hojearla en el camino y me pareció muy interesante y bien escrita. Hablaba sobre los deambuleos de un tipo solitario que quería ser un buen escritor, sobre su intolerancia hacia el convencionalismo del mundo y relataba con cierta sordidez y sarcasmo las escaramuzas sexuales con sus amantes. Había algo de Henry Miller en sus letras, pero era menos chisporroteante, menos poético y más desesperanzado que éste. Me llamó la atención que un libro de esas características se hubiera escrito en Chile, país más bien acostumbrado

Hacia el predominio de la literatura sucia

JORGE MUZAM -. El escritor Alberto Fuguet, en un artículo sobre Ricardo Piglia, retoma un tema que ya había planteado Vargas Llosa, y que se refiere a un cierto cansancio del lector actual respecto a la mentira. Pero el autor replica inmediatamente: “en buenas manos una sarta de mentiras puede transformarse en verdad”. Fuguet prosigue: “Al parecer cada vez son menos los que dominan el difícil arte de contar mentiras y si, en cambio, hay cada vez más autores que tienen algo más importante que una buena prosa o una cierta habilidad para contar una historia o armar una intriga: tienen una voz, una identidad, una mirada”. Por mi parte, me hago partícipe de este creciente predominio de la no- ficción, de la fusión de géneros. A veces me pregunto ¿por qué he de corregir? ¿por qué he de reparar lo que mi intelecto, mi sensibilidad, mi alma botó suciamente al mundo? ¿por qué lo sucio es menos valioso? Al menos me sucede que cuando leo un relato demasiado pulido, demasiado as

Canilla González: ¡Puta que es linda la vida!

JUAN PABLO JIMÉNEZ -. Ismael Serrano y Sabina dicen que en los boliches se encuentra la mejor gente. Allí nos hemos enamorado, hemos cambiado el rumbo de la historia, hemos prometido –rotundamente borrachos– nunca más volver a beber. Donde la Juanita yo confieso que he bebido. Ella siempre está allí, sacando cuentas con su calculadora. Sabe las historias de los parroquianos, que somos todos sus amigos. Nos conoce nuestros gustos y con solo mirarnos nos conoce las penas. Allí, el “Canilla” González pasa escribiendo la vida solo con sus palabras. Siempre con un tinto y rodeado de curicanos por donde también ha pasado la vida, cuenta sus interminables historias. Siempre hay una nueva. Adornada o no. Qué carajo importa. Yo he visto al “Canilla” llorar. Hablaba de su pasado. De la compañía de su esposa. Ya no recuerdo qué contaba; lo veía doble. Y para arreglar la vista me tomaba otro largo sorbo de vino y se me quedaba que el “Canilla” se reía y a la vez contaba histo

Fray Apenta

JORGE MUZAM -. Daniel de la Vega, escritor chileno bastante popular durante la primera mitad del siglo XX, se refiere en un capítulo de sus Confesiones Imperdonables a otro joven escritor de los bajos fondos que desarrolló su vida y obra en el Barrio Estación de Santiago. Su nombre era Alejandro Baeza, y escribía sus artículos bajo el apodo de Fray Apenta. Publicó dos o tres libros breves “algo desgarrados y atrevidos”. “Tenía un estilo muy rápido. Nada de descripciones ni paisajes. Frases cortas, diálogos, instantáneas. Y siempre con un acento de rencor y desdén hacia todo”. De la Vega recuerda que este escritor solo tenía un tema y un escenario. El personaje era un muchacho algo aficionado a escribir, que tenía aventuras con muchas mujeres y perdía la vida en las tabernas. El escenario era el Barrio Estación, con el Portal Edwards, el Casino Bonzi con las Damas Vienesas, la calle San Borja y el Teatro Politeama de fondo. Los datos sobre Alejandro Baeza son difusos, y m

Espero no pecar de injusto

JORGE MUZAM -. “Adiós a Ruibarbo”, de Guillermo Blanco me parece hoy un cuento muy sobrevalorado. No hablo del argumento de la historia que es definitivamente emotivo, sino de la forma como está narrado. Hay un exceso de adornos, rebuscamientos, redundancias, iteraciones y cursilerías que entorpecen el relato. Si lo comparamos con la poesía descriptiva de un escritor que tocó temas similares como el estadounidense Sherwood Anderson, nuestro chileno queda muy mal parado. Intento buscar una explicación al éxito lector, crítico y editorial de “Adiós a Ruibarbo”, y a su aparición en cada antología del cuento hispanoamericano, pero es un ejercicio difícil y quizás hasta inconducente. Quizás debo remitirme al contexto de época en que fue escrito el relato y valorarlo dentro de ese ámbito. Ciertamente que entonces pocos habrían entendido y valorado a escritores tan distintos como Houellebecq o Murakami. Si me remonto a creaciones narrativas previas y contemporáneas a “Adiós

Marcelo Mellado, el escritor kamikaze

JORGE MUZAM -. Marcelo Mellado es un escritor que patea basureros en noches solitarias. Los pocos amigos que tiene son bienintencionados pero completamente ensombrecidos por su talento furioso; sus enemigos, entre los que hay abundantes funcionarios de baja intensidad y poetillos mamadores de teta estatal, son, por matemática norma, intensamente mediocres. Marcelo se lanza en picada, como un kamikaze o un Pancho Villa con su cucaracha loca, contra los quistes del poder local y las instituciones culturales. Normalmente su artillería resulta un argot para el mayoritario analfabetismo funcional de les chileans, salvo cuando se enoja mucho y coprolaliza su embestida. Entonces algunos se ríen, con esa risa poco genuina de quien no está seguro de estar siendo directamente atacado o si es solo un simpático hueveito más que no le incumbe. Mellado entiende muy bien la putrefacción de las prácticas cotidianas, aspira él mismo ese aire maligno, viciado de malintenciones y lo exhala como ox

Enrique Campos Menéndez, el Cyrano de Pinochet

JORGE MUZAM -. El día que llegó a Madrid para hacerse cargo de la embajada chilena, el escritor Enrique Campos Menéndez no cabía en sí de felicidad. Temblaba, caminaba con torpeza y las palabras no le salían ante tanta emoción. El tramonte desde el invierno sudamericano hasta el tórrido verano español había sido abrupto y en su equipaje portaba apenas unas escasas prendas livianas. España era desde ese momento su hogar y lo sería hasta que el presidente Pinochet dispusiera otra cosa. Probablemente él conociera España más que cualquier español. Su vida había transitado desde la infancia por los caminos peninsulares descritos por Góngora y Cervantes, por Garcilaso y Quevedo, por Lope de Vega y Calderón de la Barca. Cada cumbre, cada sendero, cada arroyo y cada grieta habían sido grabados a fuego en su memoria. Cada tarde de sus últimos cincuenta años, tras terminar sus extensas jornadas de clases, se recostaba en su sillón, cerraba los ojos y volvía a caminar como un parroquian

La funcionalidad de atacarnos entre escritores

JORGE MUZAM -. El escritor Luis López Aliaga dice respecto a Volodia Teitelboim: “sólo escribe pedazos de hormigón cincelados con las toscas herramientas del realismo socialista”. Destrozarnos los unos a los otros es una actividad útil. Los malos se deshojan y los buenos se afirman. El talento no se malgasta cuando se ataca a otro, porque ese otro devolverá un misil reforzado con la furia del orgullo herido. Por otro lado, las debilidades de mis letras que pasen desapercibidas ante mis ojos serán prontamente exhibidas por mis despiertos contrincantes. Es como tener mano de obra barata trabajando para atenuar tus flaquezas.

Jorge Teillier. Uno se imagina…

JUAN PABLO JIMÉNEZ -. Uno lee Los Dominios Perdidos , compilado de poemas de Jorge Teillier, y se imagina la vida apacible de ese hombre apacible que decía que un buen texto se parece a la sensación de cortarse la piel cuando te afeitas con una gillete. Uno se imagina su pueblo, repleto de sueños. Su calle, caminada por todos. Su puerta, golpeada por el mundo. Su abrigo largo, para engañar al invierno. Uno lee al poeta lárico y se lo imagina mirando por la ventana a las 10 de la mañana vaso en la mano esperando que algo lo sorprenda. Se lo imagina saludando a los señores que atienden el bar o la panadería. Se lo imagina intentando dibujar sus sentimientos en un papel en blanco. Porque él era tan libre, que vivía solo para escribir; el sueño eterno del chico que quiere dejar las obligaciones mundanas para dedicarse a lo suyo sin dar explicaciones. “Cuando todos se vayan a otros planetas/ yo quedaré en la ciudad abandonada/ bebiendo un último vaso de cerveza”  Un