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Mostrando entradas de agosto, 2012

Alejandra Costamagna. Ultimos fuegos

JUAN PABLO JIMÉNEZ -. A la chilena Alejandra Costamagna la vemos a veces escribiendo en la Rolling Stone. Es periodista y escritora. O Escritora y periodista. O periodista y/o escritora. La cosa es que pone los dedos en el computador y en trance comienza a dar forma a esos mundos interiores que vuelca en sus escritos. A sus novelas “En Voz Baja” (1996), “Ciudadano en Retiro” (1998) y “Cansado ya del Sol” (2002), además del libro de cuentos “Malas Noches” (2000), se suma este otro libro de cuentos: “Últimos Fuegos” (2005) –ya hablaremos más delante de “Animales Domésticos”… En “Últimos Fuegos” conviven los relatos de personajes reconocibles en la calle, en un motel, en la micro, amalgamados con las imágenes que a ratos parecen extraídas de sueños. Y no es que ello sea raro; tal vez sea una forma de realidad para ir canalizando historias. Porque, ¿acaso no han vivido un día que ha sido extraño y sin aparente forma? ¿No han tratado de recordar la cara de la mujer que aman

Jorge Muzam. La vida continúa

JUAN PABLO JIMÉNEZ -. No son precisamente cuentos lo que nos ofrece Jorge Muzam. Tampoco son reflexiones, ni pensamientos. Tal vez sea una pequeña mezcla de todo eso y un poco más. Como un alquimista, que logra los equilibrios perfectos para acercarse a un punto de comunión consigo mismo como ser humano. Lo que sí es claro es que Jorge Muzam, el escritor chileno, se nos muestra aquí despojado, sin concesiones. Puede que se le note a veces cansado. Puede que a veces le falte el habla, la fuerza, la respiración. Puede que a veces lo único que quiera es fumarse un cigarro para escaparse del mundo, aunque sus perras lo encuentren extraño. Puede que lo único que a veces quiera es que su hija le de autorización para tomarse otra copita de licor. Muzam recurre al mundo infinito de sus hijos para interpretar su propio mundo interior. A medida que eso va pasando, se nos va mostrando como un ser humano hecho de cuotas de miseria, arbitrariedades, desengaños y expectativas en declinació

Carlos Franz. Un Santiago Imaginario

JUAN PABLO JIMÉNEZ -. Una ciudad es como un cuerpo humano. Está conformada por distintas partes, unidas entre sí. Cada una se fundamenta en la otra y consigue un todo. La ciudad como escenario, como hogar. Como el decorado de una gran película. Carlos Franz, en “La Muralla Enterrada”, hace un recorrido imaginario y real a partir de textos de grandes de la literatura chilena. El punto de partida lo establece con el descubrimiento de una gran muralla, en los setenta, que se encontraba enterrada en mitad de Santiago. “Un muro ciclópeo, hundido una decena de metros bajo las avenidas de la ciudad, fue apareciendo día a día, durante meses, paralelo a la excavación de la primera línea del tren subterráneo”. Cuenta Franz que en esa época tenía 16 años y que la noticia fue un boom en los medios de comunicación.  El autor chileno –actualmente radicado en Alemania invitado como Artista en Residencia por la ciudad de Berlín– ocupa ese novelesco hecho, para salir a reco

Rafael Gumucio. Invierno en la torre

JUAN PABLO JIMÉNEZ -. Por lo menos para algunos de provincia Santiago en los tiempos de estudio es sinónimo de una soledad perra. Los santiaguinos no lo entienden, porque saliendo de clases en la universidad, se van a sus casitas a tomar la oncecita que les tienen preparadas sus mamitas. Uno no. Uno se va a una pensión roñosa donde hay que aguantar las risotadas de algunos pelotudos, que cuelguen el teléfono para poder usarlo o que la chica más hermosa de la casa esté de novia, generalmente con otro más pelotudo que uno. Santiago en esas circunstancias es una cancha de fútbol vacía. Un itinerario donde ir matando las horas para que se vaya consumiendo el tiempo lo más rápido posible, hasta la llegada del viernes por la tarde y volver a casa. Santiago como ese escenario es hambre, días nublados, robar libros en San Diego, enamorarse de la compañera equivocada porque no queda otra; recorrer calles para irlas descubriendo, sobre todo si una de ellas ofrece una libre

Sebastián Valdés. El Gatito Regalón

JUAN PABLO JIMÉNEZ -. Estábamos donde la Juanita, ídola de ídolas, con Huguito y el Cristian. Nos dábamos un cóctel de colesterol con una pichanga que ni les cuento. Como siempre, hablábamos de la vida, de las cosas malas que nunca cambiarán y de las cosas hermosas que nos hacen volver a creer que vale la pena todo esto. Como todo está conectado, como Dios tiene el guión cuidadosamente escrito, de pronto apareció Sebastián Valdés con sus ojos de pelusón –de pelusón cariñoso eso sí– en el umbral del salón “HIP”, donde nosotros tenemos siempre exclusividad. Abrazos, apretones de mano, risas, vasos llenos de historias. Insisto: como Dios tiene el guión cuidadosamente escrito, Sebastián nos contó que acababa de publicar un libro donde compilaba parte de los textos que lee todos los domingos por la mañana en su exitoso, inigualable e insuperable programa de recuerdos en radio RTL (inigualable porque él tiene el condimento de su persona, lo que es inimitable). Aquellos textos

Patricia May. Un paso al costado

JUAN PABLO JIMÉNEZ -. La antropóloga chilena Patricia May se ha pasado buena parte de su vida preguntándose a cerca de quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos. Ha ocupado su energía en entregar energía, especialmente a quienes se sienten atribulados no solamente por sus problemas internos personales, sino además, por creerse presos o demasiado ajenos a lo que sucede en el mundo. En su reciente libro, “Certezas en un Mundo Incierto”, May reflexiona en cómo poder construir una sociedad mejor a partir de la conciencia y el amor, a través de lo simple, más que a partir del poder económico o político. Vivimos en un mundo de caretas. Importa la marca del zapato, el color de la corbata, el lugar donde fuimos de vacaciones o el modelo del auto. Eso no lo echaremos en la tumba cuando nos pudramos y comiencen a comernos los gusanos. Patricia May propone que nos detengamos. De forma simple. Sin ninguna parafernalia. Que nos detengamos en lo que significa respirar, c

Alejandra Costamagna. Animales enfermos… pero vivos

JUAN PABLO JIMÉNEZ -. “Están los que duermen y los que no duermen. Miguel es de los segundos. Lleva cincuenta y ocho noches y media sin dormir”… (Alejandra Costamagna) Los animales domésticos de la escritora chilena Alejandra Costamagna están cansados. Tienen dolores, malestares. Los animales domésticos de este libro son prolongaciones de los malestares de los personajes y en cierta medida, de nosotros mismos. Eso. Eso pareciera. Dicen que las mascotas absorben todo lo que sucede en una casa e incluso a veces se llevan la peor parte. Un animal doméstico mira, escucha. Puede que esté con los ojos cerrados en la puerta mientras nosotros hacemos el amor. A veces no se ven; se esconden tras el sofá, aparecen por una ventana, juegan con una pelota o esperan un plato de comida que más que plato de comida, signifique una manifestación de amor. En Animales Domésticos , Alejandra Costamagna hace un silencioso juego entre las cosas que les suceden a los personajes y

Alberto Fuguet. En medio de la nada

JUAN PABLO JIMÉNEZ -. Son muchas cosas las que odio, pero una en particular: los tiempos muertos en los aeropuertos. Sobre todo si no has dormido. Sobre todo si no te has bañado. Sobre todo si son las 12 de la noche y el vuelo sale a las 6 de la mañana. Sobre todo si estás haciendo escala y debes sentarte a ver pasar nada 4 horas. Sobre todo si darías tu reino por una cerveza helada a precio de ser humano. En los aeropuertos lo que se vive generalmente es olvidable. Desechable. En “Aeropuertos” (2010), Alberto Fuguet hace un paralelo con los estados en la vida de dos adolescentes: Francisca y Álvaro y lo que sucede alrededor de un mundo llamado nosotros o llamado Chile. Fuguet pone a estos dos personajes en una época: los noventa. Esos mismos personajes uno pudiera situarlos mentalmente en los ochenta. El embarazo a los diecisiete años. Tal vez la música que hubiera escuchado Álvaro no hubiese sido Radiohead, sino “Signos” de Soda Stereo o lo último de The Cure. V

César Parra. Fantasmas y casas embrujadas

JUAN PABLO JIMÉNEZ -. ¿Qué existe después de la muerte? Puede parecer una pregunta básica. Pero es válida. Recordemos que una vez muertos nuestra energía se transforma, no desaparece. Hay quienes han llegado a pesar el alma cuando nos abandona. 21 gramos. Eso dicen los datos. 21 gramos pesa nuestra alma. Desde la más pura a la del más despiadado… o desalmado. Lo cierto es que estudiosos serios de todo el mundo, físicos, parasicólogos, clarividentes, afirman con datos se atreven a decir que empíricos, que los fantasmas existen. La voz de una persona muerta hace mucho tiempo, puede haber quedado rebotando en una gran catedral dadas las condiciones físicas de la construcción. La energía de un suicida puede inmortalizarse en una habitación o de la víctima de un asesinato. De ahí las casas que no son arrendadas por el exceso de veces que penan. Al “cronista de lo paranormal”, obrero del periodismo, César Parra, lo marcó tanto haber vivido a metros del cementerio de Chillán c

Violeta Parra. Mujer feroz

JUAN PABLO JIMÉNEZ -. Es probable que cuando Violeta se tiraba al suelo sin avisos haciéndose la muerta para asustar a su hijo Ángel, en el fondo lo que quería era lograr una desconexión total con todo esto. Cortar el cordón umbilical que le unía a la realidad, esa realidad que la mayoría de las veces no queremos. Es entendible. Sobre todo en ella. Si viste “Violeta se fue a los Cielos” (Andrés Wood, 2011) y ahora lees el libro homónimo –o al revés– de Ángel Parra editado originalmente en 2006, puede que más o menos entiendas que la obra de un creador la mayoría de las veces va directamente ligada a su modo de vida, a los demonios y mariposas que gobiernan su espíritu. Puede que un creador se equivoque. Que, como Kurt Cobain, el cerebro de Nirvana, nunca debieron haberse pegado un tiro. Puede ser. Como también puede ser que la cuerda del reloj o del robot de juguete estaba hasta ese momento. Que la fecha de vencimiento llegó aunque no quisiéramos. El libro de Ángel

Germán Marín, un digresionista

JORGE MUZAM -. El escritor Germán Marín tiende a excusarse reiteradamente por la pobreza de su accionar literario. Me hace recordar a Madame Kukulis, en una de sus habituales clases en el Pedagógico, hablándonos de la falsa modestia, esa especie de bula literaria exculpatoria que los escritores utilizan a destajo por si se mandan alguna cagadita. La cosa es que, a pesar de esto, el tipo escribe bien (aunque no magistralmente) y es lo suficientemente culto. Para amortiguar la imposibilidad de exponer latamente un argumento recurre a la secuencia numerada de sus breves párrafos. Es un digrecionista, un escritor que se encandila con numerosos temas, pero que los abandona casi en el acto para reemprender un nuevo rumbo. Lo bueno es que su novela Las cien águilas puede leerse desde cualquier lugar.