JUAN PABLO JIMÉNEZ -.
Una ciudad es como un cuerpo humano. Está conformada por distintas partes, unidas entre sí. Cada una se fundamenta en la otra y consigue un todo. La ciudad como escenario, como hogar. Como el decorado de una gran película.
Carlos Franz, en “La Muralla Enterrada”, hace un recorrido imaginario y real a partir de textos de grandes de la literatura chilena.
El punto de partida lo establece con el descubrimiento de una gran muralla, en los setenta, que se encontraba enterrada en mitad de Santiago. “Un muro ciclópeo, hundido una decena de metros bajo las avenidas de la ciudad, fue apareciendo día a día, durante meses, paralelo a la excavación de la primera línea del tren subterráneo”.
Cuenta Franz que en esa época tenía 16 años y que la noticia fue un boom en los medios de comunicación.
El autor chileno –actualmente radicado en Alemania invitado como Artista en Residencia por la ciudad de Berlín– ocupa ese novelesco hecho, para salir a recorrer la ciudad como la manifestación de seres humanos en distintos estados, en distintas épocas y bajo distintas circunstancias.
A medida que Franz establece la muralla enterrada como un punto de referencia, sale a las calles, camina por ellas y con sus búsquedas y descubrimientos, va construyendo ese Santiago imaginario que está enterrado o tras las sombras de los árboles del Santiago real. Va quitando el polvo de imágenes detenidas en el tiempo, de sueños inmortalizados que son los personajes principales de estos ensayos.
A medida que avanza por lugares como el cementerio, el matadero, viejas calles y casonas, va citando escritos de gente como José Donoso, Carlos Cerda, Nicomedes Guzmán, Joaquín Edwards Bello, Poli Délano, Germán Marín, Carlos Droguett, Juan Emar. En fin, un buen número de bellos escritos que recurren a la ciudad como el escenario donde se detiene la esencia de la vida. La ciudad que si no existiera, sería entonces imposible que se gestaran las grandes historias, aquellas que se esconden en parques, casas lejanas, barrios donde la convivencia es el alma de la vida.
De esos textos se escapan lugares, personajes y situaciones que definen a Santiago, el Santiago imaginario que si lo vamos internalizando a medida que avanzamos en estas páginas, lo sentimos tal vez o más bien como el Santiago soñado.
“Quisiera creer que el siglo que se abre traerá nuevas lecturas de la ciudad, de nuestra identidad, más esperanzadas”, cifra Carlos Franz al pensar en la muralla como la construcción donde subirse y desde el cual ver a la ciudad como un ente que cobra vida gracias a nosotros, pero que además nos devuelve vida renovada, que abre sus espacios como si fueran los rincones que más queremos de nuestras casas.
“Todo mito ciudadano representa una elaboración cultural del espacio, un involucramiento emotivo más profundo con nuestros lugares, una forma de amor”, confiesa el autor como si la ciudad fuese un personaje querible, amable a quien abrazar y querer.
Mención especial merece el Plano de la Ciudad Imaginaria de Santiago, que se incluye aparte en el libro, llamando a los apasionados a ser transformado en cuadro y donde se pueden encontrar esa mirada que fluye de este ensayo, mirada individual que podemos acoger como propia.
Puede que los paseos de Franz por este Santiago a veces sean muy poéticos o muy románticos –lo que se le agradece en todo caso– y que eso parezca un imposible en el Santiago real de estos días. La gracia justamente está en cómo saber desentrañar a la ciudad imaginaria donde seamos personajes imaginarios.
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