Jorge Muzam
Leo ininterrumpidamente desde los cuatro años. Todo lo que ha llegado hasta mis manos, los periódicos usados como envoltorio, las Readers Digest abandonadas en casa, los libros para adultos que alguien dejó descuidado, las revistas porno, las enciclopedias de mi abuelo que extraía día tras día desde los altos anaqueles. Las revistas de moda, de tejido, de huerta, de cocina y toda la inmensa basura publicitaria. Las antologías de cuento y poesía leídas sin sugerencia ni previsión de nadie, las novelas, tantas novelas, Solzhenitsyn a los 9 años, Henry Miller a los diez, Milan Kundera a los 11. Y toda la camada de clásicos durante esos mismos años. Por alguna razón conservo impresiones primarias de casi todas mis lecturas. Imágenes de
fuego que sobrevivieron al argumento, a los años, a mis edades, a toda
el agua que pasó bajo el puente.
Veo a Jean Valjean atravesar murallones en la oscuridad. Tropezando, sudando, olfateando el aire, siempre huyendo
del obstinado Javert. Veo la cándida sonrisa de Fantine
antes de ser abandonada. Veo la llaneza desesperante de El desierto de
los Tártaros, y esa llaneza se parece tanto a mis días posteriores. Siento los
pies ateridos de frío de Oliver Twist, siento su fuerza interior que
nace de saberse vulnerable. La pulsión de vida a lomo de burro. Me zampo con rabia el mendrugo del ávaro
clérigo que mata de hambre al Lazarillo de Tormes. Saboreo el tritón
primitivo descongelado en Archipiélago Gulag. Le recojo el sombrero a
Anna Sergueyevna y el fuerte viento de Yalta se lo vuelve a llevar. Me
enamoro de Remedios, de Ana Karenina, de Shosha, de la señorita Honey. Me siento tan arrogante y melancólico como Julien Sorel. Cabalgo con las
tropas rusas, luego con las francesas, también con las británicas, antes
de sumergirme en el Nautilus. Al regreso me uno a los desacatadores de
la autoridad de Borges. Fue la primera vez que leí que alguien podía
desacatar el poder de un gobierno. Lo leí bajo la dictadura de Pinochet
que el mismo Borges no desdeñaba. Paradójico destino. Fue a través de
esas palabras que nació el anarquista furibundo que hay en mí. Muchos
años después supe que Borges se mataba de la risa con esos juegos que a
nosotros nos parecían tan solemnes y profundos (pero eso ya no es una
impresión primaria)
Imagen: Elliott Erwitt
Imagen: Elliott Erwitt
1 Comentarios
Conmovedor.
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