Claudio Rodríguez Morales Nunca dio por terminada sus obras. Cada cierto tiempo, se sabía de nuevas ediciones. Las ampliaba, reducía, alteraba. Las reescribía con un sentido infinito del deber. Sin afán comercial, más bien con una porfía rabiosa y ética. Si desde la dedicatoria generaban problemas, mucho mejor. Como aquellas primeras líneas de su novela Matar a los viejos dedicadas al Presidente Salvador Allende, donde llama asesinos a los militares que lo derrocaron en 1973. A Carlos Droguett (1912) le bastaba un lápiz cualquiera y un cuaderno cuadriculado. Llenaba sus hojas de punta a cabo con una caligrafía de leves toques orientales. Además de económicas, eran herramientas prácticas, indispensables para su quehacer. El cuaderno podía doblarlo, meterlo en el bolsillo del vestón o del abrigo. Sacarlos en la fila del pago de la luz, el agua o el banco. También sentado en un paradero o en el viaje en microbús por Santiago. Siempre que algo amenazara con quitarle el tiempo que re
Anexos de la literatura chilena