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Mostrando entradas de enero, 2013

Canto de un existir

JUAN PABLO JIMÉNEZ -. Un canto sí, es música. Pero también es sueño. Es mensaje interior. Inmortaliza un momento. Embellece una tristeza. Álvaro Correa resume su vida en sus poemas y canciones y los reúne en su libro Cómo Sueña mi Canto .  A través de ellos nos va contando su vida. Álvaro (Chomedahue, 1938) hace de esta obra un acto noble, donde nos abre las ventanas de una gran casona de campo que se llama su existencia. Está Romeral, el aire campestre, sus hijos el primer día de clases, el amor, los ojos de su María Eugenia. Aquello que en los capítulos que componen su vida, le marcaron como marca el paso de los años la corteza de un árbol. Está la nostalgia de tiempos pasados que serán mejores, los caballos, la belleza simple, los nietos, los amigos. Los días aquellos que se quedaron para siempre en un rincón del alma. Leer Cómo Sueña mi Canto es todo lo nombrado. Es un paseo de atardecer por el corredor de la casa de los Correa en Romeral; el invierno que se

Poemas de alta fidelidad

JUAN PABLO JIMÉNEZ -. El lugar donde desde hace varios siglos Américo Reyes hace plastificaciones, debería ser declarado Patrimonio de la Humanidad. Es una suerte de pasadizo secreto, de viaje en el tiempo donde se detienen soñadores, prestamistas de juguete, osos de peluche, amigos de infancia, amigas desordenadas, hombres de tomo y lomo y presidentes de la república jubilados. De esa mente, de esas manos, de esas orejas y ojos, de ese Américo poeta, provienen todos los versos que han ido a parar a unos de los libros más feroces de los cuales me he enfrentado en estos últimos por lo menos 24 meses: “Que los Cuerpos Cumplan su Destino” (RIL Editores), poesía visceral del curicano recién salida del horno. Es cierto que en gran medida lo contenido en estas líneas rondan por el lado de la homosexualidad, pero ello no cae en el vicio de lo monotemático. Américo Reyes habla de ello con una elegancia y una sutileza que sí, puede ser feroz y explosiva, pero a la vez, esos

Adiós a don Carlos

CLAUDIO RODRÍGUEZ MORALES -. No me enteré de la mejor manera del adiós de este hombre a quien le debo el estar aún de pie, por decir lo menos. Un periodista justificó su retraso a un compromiso por la partida del editor histórico de La Prensa. Necesité menos de dos segundos para saber de quién se trataba. Uno nunca deja de ilusionarse con el espejismo de la inmortalidad de las almas, más aún si son almas curicanas. El primer impulso, tal vez el más débil, el más dubitativo, el más desconfiado, sólo fue posible gracias a una serie de aciertos y desvelos de parte de Juan Pablo que, de seguro, no he sabido corresponder como se merece. La perfección es una señorita que hace rato me mandó por el desvío. Pero gracias a esas gestiones pude aparecerme en las esquinas de Yungay con Merced, un 25 de diciembre de hace ocho años, con una camisa casi transparente, un pantalón brillante por el uso y un par de zapatos gastados en la suela que al menos cubrían las papas de los ca