Juan Pablo Jiménez
A Rodríguez le gusta guardar cadáveres debajo de su cama, que le lleguen cartas anunciándole que la muerte en cualquier momento le corta la yugular.
Recuerdo sus ojos de resorte contándome cómo fusilaban a los malos en la antigua cárcel de Valparaíso, cómo quedaban incrustadas las balas en los ladrillos de la muralla.
En esa bella obsesión, Rodríguez se hizo de un puñado de personajes, recortó pedazos de historias y se sentó diez largos años en bibliotecas, wáteres, mesas ajenas, pensiones, buses, camas viejas, noches y en pasillos de pasos perdidos armando una historia que le quitaba el sueño y que se apropió de él como un demonio feroz: el asesinato del periodista Luis Mesa Bell.
A este militante de la Nueva Acción Pública había que cerrarle el pico. Ello de los señores a quienes les incomoda que les escupan en la cara sus yayas, no es propio de estos tiempos neoliberales y de monstruomercados, ya sucedía en los años 30.
Allí también se torturaba, se pasaba hambre, las putas consolaban a los hombres solos y en una máquina de escribir, un hombre estampaba cuadros de lo que afuera sucedía. Una máquina de escribir que más bien parecía una ametralladora, una bomba de racimo.
En “Carrascal Boca Abajo” el asesinato del jovencito de la película es el punto de fuga para que el autor muestre una radiografía de época. Y lo hace no solamente novelando hechos reales acontecidos en un Chile destartalado, sino además y sobre todo también a partir de los personajes en estas páginas inmortalizados.
Cada uno de ellos es el protagonista de Carrascal. Si el vino de esa noche no me juega una mala pasada, en el lanzamiento de su libro Rodríguez según entendí aquí rescata a unos 200 personajes… Ardua labor que le valió hasta los regaños de su hija por trabajar hasta altas horas de la madrugada fecundando el libro, poniendo en riesgo su salud de abuelo del rock.
Para quienes también tenemos graves problemas mentales relacionados con la obsesión, este libro construye bellos pasajes de época. A ratos uno mete cabeza y cuerpo entero en las páginas perdiéndose en tiempos en blanco y negro, como si fuera una película muda, una foto vieja. Pareciéramos estar en burdeles de chicas rechonchitas sentadas en nuestras piernas o leyendo los artículos de una oficina chica repleta de papeles y diarios que devolvieron los suplementeros.
En su libro, Rodríguez probablemente no lo planeó, pero da rienda suelta a todos sus gustos, a todo lo que admira y ha hecho parte de su vida: los personajes enormes, los fotogramas de películas, las publicaciones antiguas, las muñecas de porcelana, los hechos que se detuvieron en el tiempo para siempre.
Uno que conoce a Rodríguez, lo reconoce atrás de las líneas que componen este libro, uno de los mejores editados el 2017.
*Texto extraído del perfil de Facebook del autor.
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