"Carrascal boca abajo", de reportaje a novela

Leonidas Rubio

Es la primera novela del periodista Claudio Rodríguez Morales. No por eso es una novela primeriza ya que su autor es narrador nato, cuentero a tiempo completo, consumado contador de historias. Así mismo es un omnívoro de géneros, lenguajes, relatos, autores, sin plan ni concierto, insaciablemente, como un pac-man de datos, argumentos, personajes, bromas, imágenes, magazine, política, chismes. Es un depredador de historias, un todólogo, un amateur de tout la chose, un experto en divagaciones mediana o altamente fundadas, un cronista insomne que se da cuerda solo, un expeledor, un regurgitador, un ventilador de cuentologías que tiene en la cabeza una sola forma de entender la realidad: introducción-desarrollo-desenlace, sin obstáculo de alterar el orden o saltárselo o reinventarlo en introrollos, desenrollos, introlaces, etc., desde que se levanta hasta que se acuesta y con toda probabilidad mientras escasamente duerme, como dice él mismo, "por capítulos", y así por años, años y años.

A Claudio lo conocí en 1991 cuando ambos empezábamos a acumular deserciones académicas, decepciones políticas, desatinos sentimentales y mucho pasto de campus anarquista en los zapatos, olor a axila y humedad en mochilas y mezclillas percudidas, comida libre de vitaminas, amigos regulares, clases irregulares, paros sistemáticos, guerras campales de camotes y lacrimógenas. También algunos profesores excelentemente mal aprovechados a los cuales nos gustaba estropear la clase con aspavientos roqueros a lo Jim Morrison, que estaba recién resucitado por el cine y se desplazaba como zombie encabezando la marcha de los nietos y bisnietos del hipismo. A Claudio le encanta recordarme que una vez dije que Octavio Paz era un escritor fascista. A mí me encanta fingir que no me acuerdo. En esos mismos pasillos la mayoría hablaba en un horroroso coa revolucionario con 20 años de retraso que a veces -yo más que él- repetíamos bajo el sopor de la transición en un aire contaminado de guzmanes asesinados, pinochos comandantes, amnistías purgantes, Jonhy cien pesos, comisiones en la medida de lo posible, cacharpaya illapop, inti illi-money, lambada y la primera temporada de un reality show a escala global llamado guerra del golfo. Allí leía sus poemas de "El Bello Charco" el inefable Dago Pérez y yo los que después serían parte de "Cuadernos de Emergencia" ante una variopinta jungla de tránsfugas semi adolescentes de actitud felina, canina, marsupial y más de alguno reptante.

En ese tiempo todavía llovía con alevosía y en Grecia con Macul frente al poder fáctico de un supermercado de teletónico liderazgo se acopiaban enseres para los damnificados de turno en el eterno "Chile Ayuda a Chile". ¿Y quién ayuda a los poetas? decíamos con indolencia nosotros, los verdaderos vulnerables del crédito fiscal y el tiquet de casino para una bandeja plástica con olor a comida digerida. ¿Qué tienen que estar ayudando a viejas picantes que juntan y juntan mediaguas y colchonetas y después las venden y las vuelven a pedir? Era injusto, pensábamos nosotros, dejando pasar las clases tirados en los pastos, viendo pasar a nuestros profesores con sus libros rumbo a la sala. ¿A quién le harán clases si todo el curso está tirado en el pasto por una, dos, tres, cuatro horas? Y así hasta que empieza a hacer frío y hay que irse a casa con las tías que le dan buenas cenas a uno para reponerse de la agotadora jornada de aplanamiento de pasto y prepararse para el pasto del día siguiente.

La mayoría le decía "Pedagógico" a ese lugar. Creo que Claudio también. Yo me jactaba de no decirle sino UMCE, así como nunca me gustaron los Beatles y nunca le dije "patriótico" al Frente. En ese tiempo Claudio era tímido, de sonrisa fácil y palabra medio difícil, atento, gran escuchador, sigiloso apuntador de cosas, memorión, de ojos somnolientos. Parecía que siempre estaba a punto de decir algo grandioso y otra cosa lo interrumpía.

¿Y qué ha ocurrido 30 años después? Mucho como para que valga la pena contarlo. Pero hay una cosa espléndida: Claudio salió de allí periodista, escritor -por suerte no poeta pero con buen olfato de poesía-, sabueso político, coleccionista de expedientes. "Carrascal boca abajo" es el resultado de eso. 30 años para una primera novela parece mucho y 280 páginas parecen poco, pero hay 3000 páginas anteriores y simultáneas de crónicas, cuentos -micros y macros-, borradores, informes y hasta conversaciones de chat donde -¿debo repetirlo hasta el cansancio?- siempre está contando su historia -cada una mejor que la otra- como monito de organillero.

"Carrascal boca abajo" es una ficción con 80% de historia real, surgida de los entresijos del asesinato de Luis Mesa Bell. Se instala en el agitado, acaso caótico año 1932 de un Chile con caudillos protofascistas, milicias republicanas, sindicatos sovietizados, predicadores de toda laya, mesiánicos, trogloditas, infames de izquierda sólo superados por infames de derecha y con turno aleatorio. Es el año del golpe de estado de Marmaduke Grove, el fundador de un Partido de genética fachista -en el decir de Alfredo Jocelyn-Holt- ya que su primer líder fue un oficial de la FACH así como su más redituable líder actual -dos veces PresidentE- es heredera de la misma tradición que marca desde el aire. En Chile los golpes de Estado se hacen con aviones, eso es cosa meridiana. Sin embargo se legó a la posteridad una insólita consigna: "¿Quién comanda el buque? ¡Marmaduque!". Pero el buque de la nación lo comandó por 12 días sin pies ni cabeza y luego se fue en buque a Isla de Pascua. El golpe tuvo su autogolpe con su consiguiente tirano autoproclamado: un Carlos Dávila sin carisma ni dedos para el piano de alianzas necesarias en el poder. Su gobierno duró 100 días. Contra todo lo previsto, Marmaduke obtuvo un remoto pero significativo segundo lugar con un 17% contra un 54 de Alessandri en la elección de 1932. Era el período en que todo podía pasar en Chile, y pasaba.

Al periodista Luis Mesa Bell lo asesina la policía política entrenada en el gobierno de Ibáñez: el dudoso Servicio de Seguridad de Investigaciones, en una maraña que incluye narcotráfico y corruptela de mediana y baja estofa, suponiendo que la alta estofa sea ese nivel de politiqueo que no pasa de las redes, el cohecho suave, el tráfico de influencias y no de sustancias, digamos, lo justo y necesario para que las instituciones funcionen -como dice el ex-Presidente de las concesiones de agua y carreteras, ese Sr. Lagos. Pero la secuencia del asesinato de Bell ya la ha consignado el autor de "Carrascal boca abajo" en el blog "Plumas hispanoamericanas", en la entrada del 2 de enero de 2012 (ver enlace: http://plumaslatinoamericanas.blogspot.cl/2012/01/luis-mesa-bell-de-la-trinchera-al.html). Con esto damos cuenta de que este libro lleva gestándose como mínimo 5 años.

La novela de Claudio Rodríguez tiene personajes verosímiles, viables, no empantanados en densidad psicológica. Con ello se instala la principal virtud de "Carrascal boca abajo". Se trata de una novela donde no hay polarización aditiva al relato, no hay idealización de los personajes, no hay concesiones ideológicas a los bandos. Todos son charlatanes, risibles, fantoches, oportunistas, revanchistas, hedonistas sin escrúpulos, arribistas que oscilan entre la falta total de principios y el dogmatismo caprichoso, rebuscado, charcha, sólo basado en las desconfianzas y limitaciones individuales. Es la verdad cruda donde desfilan Pedro Sienna, Coke Délano, Carlos Cariola, Roque Blaya y el propio protagonista. Los personajes secundarios brillan con funcionalidad y consistencia, sin quedarse ni pasarse dentro del relato. Y en un despliegue de pericia el autor se permite describir la situación dando la palabra a madres y padres de los personajes, seres humildes e ingenuos parecidos a "El Padre" de Olegario Lazo Baeza, no salidos de su elemento ni magnificados por el romanticismo populista. He aquí entonces la que podría ser segunda gran virtud de la novela: una estrategia narrativa hábil de hablantes corales, multifocales como las miradas de enfoque diferido, panorámicos por tanto, polifónicos. Su tercera virtud: tampoco es una novela higiénica, asexuada, políticamente correcta, ni cómoda para los buscadores de heroísmos de capa y espada, ni fácil para los buscadores de amenidades folletinescas.

El libro de Claudio Rodríguez está en la estirpe de novela histórica chilena donde fungen Gillermo Atías ("A la sombra de los días") o Walter Garib ("Festín para inválidos"). Es novela reportaje que viene de vuelta de la novela social sin dejar de serlo, que no escatima el humor, sin paisajismo, justificadamente pintoresca -sin frivolidad-, con alto equilibrio entre realismo e imaginación. Damos la entusiasta acogida a este libro y esperamos contagiar el entusiasmo.

Aunque es imposible no lamentar la poca dedicación del editor en tapa y solapa, es mucho más interesante esperar que Claudio Rodríguez no se demore otros 30 años en publicar su próxima entrega, que no deje de ser ese cuentero no cuenteado, ese concentrado-distraído que no deja de hilvanar historias. Pero que no haga una novela sobre las mil formas de evadir las clases en 1991. Todo menos eso.


*Publicado originalmente en blog Actas de (mala) Fe, 2/3/2017

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