Propedéutica


De niños huyendo de la vulva. Batracio resbaloso y maloliente; condena de la adultez. Las niñas, en cambio, desde temprana edad, atraídas hacia el penecillo; lo persiguen, espían y dibujan; intercambian sus pesquisas en improvisados foros, ejercitan su manipulación con objetos instructivos.

Con el tiempo, los niños se resignan al inmisericorde lavado de cerebro impuesto por los reproductores adultos y a fuerza del tenaz asedio de las niñas. El incentivo de los glúteos y los pezones y la promesa de una proverbial succión hacen que la vulva sea aceptada como un mal menor, en cuyo uso algunos incluso fingen ser expertos. La inmensa mayoría nunca la ha mirado de cerca y darían las llaves del reino con tal de saber dónde empieza y para qué sirve ese pene rudimentario, de nombre esdrújulo, que suena a griego.

Según antiguos chamanes y galenos, el culto fálico imaginario explicaría por qué cuando una pre-púber llega a conocer el pene de manera imprevista ya no tiene lugar en su mente para otra cosa que no sea la posesión de ese objeto. Contrario sensu, los niños que ven por accidente una vulva tienen pesadillas y ataques de pánico que sólo son aliviados cuando sienten su propio pene a salvo de los dientes o tijeras de las hembras.

Un santo refirió la adicción como "eso que no se cura sino con la presencia y la figura".

II

Conozco un caso: educación básica completa, 14 años con suerte, caucásica, pelo castaño, pecas, Machalí, VI Región de Chile, fines de la década del 90, seducida por un zángano de 28 años, brecha generacional irrelevante, discernimiento y consentimiento en regla.

Él: no más de 1. 65 cm, nariz irregular, dientes disparejos, pelo hirsuto, barba rala, ligero estrabismo en un ojo.

¿Cómo se hizo el dechado? No es sabido con certeza. Sólo que ella era afamada por su rostro de muñeca, su talle modélico, cintura de avispa, glúteos de calabaza, pezones de frutilla sobre senos de durazno conservero.

Cuando el sátiro logró penetrarla una vez, ya dispuso de ella a su antojo. Se les veía en cualquier sitio, casi siempre inoportuno, con ella colgada de su cuello y amarrada a sus caderas por las piernas en posición de coala, frotando su ingle contra el bulto endurecido del pantalón vaquero.

Debido a la precocidad de la manceba y la madurez del tunante, intervino el consejo de ancianos de la tribu, la iglesia protestante del distrito, las nobles familias, el colegio y los profetas.

Aunque todos coincidían en la heterosexualidad es intocable, es necesario exagerar un tanto. Cabe consignar que la ley mantuvo prudente distancia.

Se resolvió apartar a la doncella y poner al seductor bajo amenaza. Pero ella se escapaba a todas horas; irrumpía de noche por los patios hasta el cuarto de tablas de su semental o escapaban en bicicletas hurtadas como una versión rural y miserable de Bonny and Clyde, pidiendo asilo en otras casas donde los pacientes auxiliadores relatan los alarmantes ruidos de la cópula durante 3 o 4 veces por noche, sólo interrumpidos por sueño ligero y respiraciones agitadas que hacía pensar en seres recién fugados de un campo de exterminio.

Así las cosas, se optó por encerrar a la muchacha en una pieza asegurada con aldabas y listones a fin de que la soledad la ayudara a recordar (aunque no había recuerdo disponible) que la vida es algo más que el orgasmo, que los adultos adiestran a los niños para el sexo opuesto con toda clase de juegos y doctrinas, pero que no había que tomárselo tan en serio.

Con el correr de los días, la muchacha comenzó a clavarse las uñas, proferir berridos, somatizar flagelos, arañar las paredes y entresacarse el pelo a madejas. Algunos propusieron exorcismo. Rompió sus vestidos y revolvió los muebles, azotó objetos en los muros, se lanzó a patadas contra puertas y ventanas con tácticas de artes marciales.

Luego de roto un vidrio, escalado un muro corrió hasta el refugio del gandul burlando los obstáculos como en una yincana, se abalanzó sobre él, desabrochó su cinturón, descubrió su entrepierna y se montó consumando la cópula vernácula con un profundo gemido de alivio. A medida que el falo se introducía en ella, su rostro se fue distendiendo desde un estado arenoso a un estado cerúleo, sus heridas cicatrizaron, sus pústulas desaparecieron, sus gruñidos fueron dando paso a lánguidos suspiros y su rostro se volvió tan angelical como la Virgen María en un retablo.

(Cuento ancestral de autor ano-nimo y tradición oral recogido en la zona central de Chile)

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