Luna azul en tus ojos


Claudio Rodríguez Morales

El escritor David Chase sale del supermercado –última parada antes de iniciar la marcha a Nueva Jersey- cargando en sus manos dos bolsas de papel llenas de víveres. Junto a las cajas de leche descremada, café y cereales, está el disco compacto “Exile On Colhardbour Lane” del grupo Alabama 3 (al encontrarlo en una canasta de liquidación junto a producciones musicales desechables, pensó en un error de los reponedores, pues se trataba de un álbum de ese año y de los buenos. Ni por un segundo dudó en comprarlo). Mientras deja con dificultad las compras en el portamaleta, el disco resbala de su mano. A pesar del plástico protector, la caja se hace mil pedazos en el pavimento. Chase recoge los restos y revisa su interior. A contraluz, el producto le parece intacto, sin rayones. Piensa en la inmortalidad de los vinilos y en los pocos que rescató de los viejos tiempos, cuando soñaba con convertirse en un Rolling Stone. Con más pelo y adrenalina entonces, admiraba a Keith Richard, maquinador silente, lujurioso y satánico. Jagger, demasiado exhibicionista para su gusto. 

Chase sube a la camioneta. Se cruza el cinturón de seguridad lo más rápido que le permiten sus cinco décadas y fracción. Una de sus manos está ocupada con el disco compacto. Se considera una persona ágil. Ha llevado una vida templada, con una depresión bajo control con fármacos de los duros. Una persona ágil, se vuelve a decir a sí mismo. A pesar de que la vida es más soportable con buena música -he ahí una de sus máximas-, agradece no ser un Rolling Stone. Le parecen pellejos que respiran, momias con tanques de oxígeno detrás del escenario.

Enciende el motor y la radio, introduce el disco en la ranura y arranca junto a los primeros acordes de la canción “Woke Up This Morning”. Le agrada y le recuerda el estilo de Leonard Cohen. Sin embargo, el vocalista es otro tipo. Larry Love reza la caja del disco que revisa a la pasada, desconcentrándose por unos segundos de la conducción. Sólo unos segundos, mucho menos que el sexo oral que una cachorrita de night club le puede brindar a un mafioso que necesita nuevas sensaciones al volante. La imagen se la sugiere el apodo del vocalista, más propio de un actor porno que de un artista pop. Larry Love canta con un susurro, pero un susurro amenazante. 

Al salir del túnel Lincoln, Chase repara: para conducir hay que tener aplomo, cierta dosis de soberbia y saber hacia dónde uno va. Se lo confirma la letra de “Woke Up This Morning”: “Mamá siempre había dicho que tú eras el elegido. Dijo eres uno en un millón. Tienes que arder para brillar. Pero naciste bajo un mal signo con una luna azul en tus ojos”. La canción –basada en una historia real sobre una mujer que asesina a su amante por los malos tratos recibidos en su vida en común- le recuerda que necesita, con urgencia, un nuevo proyecto televisivo que lo saque del marasmo. Un avión cruza el horizonte como salido desde una de las Torres Gemelas, al otro lado de la bahía, y Chase espera su turno en el peaje. Quién dice que a los sesenta años se está acabado. Aunque la televisión le ha dado reconocimiento con dos seriales y las repeticiones en los canales del cable, todo ese esfuerzo se desvanece dentro de la caja idiota. En cambio el cine y el rock parecen inmortales. Nuevamente piensa en los Rolling Stone y en su paisano Martin Scorsese.

Chase siente como la ruta hacia Nueva Jersey toma la iniciativa. La inspiración no es nada comparado con toda esa realidad cruda, portuaria, mercachifle, desechable y que parece actuar diligente en la confección de lo que será el story line del capítulo piloto: un capo italoamericano de Nueva Jersey, a punto de ser nombrado jefe, es incapaz de soportar la partida de unos patos silvestres que habitaban la piscina de su mansión. Cuando las aves emprenden el vuelo, el capo derrama lagrimones. Algo no andan bien del todo.

Jefe de familia y de Familia. Esposas celosas (propias y ajenas), amantes trepadoras, hijos problemas, hijas brillantes pero juzgadoras, padres inconclusos, madres psicópatas, tíos rencorosos, sobrinos rebeldes, amigos débiles, socios codiciosos y subordinados incompetentes. Todos llenos de recelo, traumas no tratados y cuentas por cobrar. Negocios por los cuales habrá que llegar más tarde a casa. Consumismo extremo en el epílogo infinito de la post Guerra Fría. ¿Dónde quedan los valores?, se preguntará el personaje. Principios de la vieja escuela violados cuándo y por quién menos se lo espera. Una vida cada vez más agobiante. Inclusive para los exitosos, como le dicen sus zalameros soldados. Un exitoso con una luna azul en sus ojos, como dice la canción que sigue sonando en la radio del vehículo.

Este jefe de familia –un cuarentón novato- decide recurrir a una psiquiatra de largas piernas y voz carraspeada que le receta Prozac para soportar este chaparrón. Asume los riesgos de las nuevas leyes que fomentan la delación y que le harán añorar a los personajes interpretados por Gary Cooper en el cine clásico de Hollywood (ahora disponible en devedés). Un hombre a carta cabal, sin depresiones. Y si las tiene, las supera, como el mismo Chase con sus medicamentos. Tipos duros para los cuales la crisis del 29 y la Segunda Guerra Mundial fueron solo un parque de diversiones. Eso dirá su personaje en algún momento de la trama, cuando se refiera a quienes le antecedieron en la dinastía del crimen organizado.

Hora del medicamento, David, no te exaltes, pero necesitas un vaso de agua. Parece que fuera otra rima de “Woke Up This Morning” en su transitar por los locales comerciales de Jersey, una fábrica de cecinas con un puerco publicitario, un restaurante que explota como un volcán y carne fresca de cachorrita para bailar el caño.

El resto de las historias saldrán de ese argumento central. La inspiración serán las canciones de la música popular, sus preferidas. También las de su amigo, el rockero Steven Van Zandt (si logra actuar manteniendo el ceño fruncido e imitando los gruñidos de Al Pacino, podría formar parte de este nuevo clan). Al revés del cine de Scorsese, no serán las escenas las que busquen su símil en la musica; ahora las canciones se traducirán en historias que irán apareciendo, capítulos tras capítulo, en la pantalla chica. ¿Los Padrinos de Coppola? Una sombra de roble gigante que todo lo abarca, lo liquida o lo minimiza desde la raíz. Pero esta vez será diferente, se promete a sí mismo. Ahora Los Padrinos –y todo el séptimo arte inspirado en ellos- se volverán una mísera cita, una mueca frente al espejo, una imitación entre amigos, un producto de merchandising que se encuentra disponible en cualquier tienda con una tarjeta de crédito. Sus nuevos personajes, partiendo por este nuevo capo deprimido, tendrán presente la trilogía de la Paramount de la misma manera que nosotros, simples civiles ajenos a la Familia, a través del recuerdo y la valoración, pero sin olvidar que todo eso es fantasía y la vida siempre continúa.

Control total del guión. Un equipo que siga sus indicaciones. Dirección personal y de unos cuantos directores eficientes y leales. Contrario a lo que piensan en las grandes cadenas, la televisión puede quedarse para siempre en las consciencias de los mortales. Como un virus. Como el estribillo de “Satisfaction”, otra vez Los Rolling Stone, o las notas de guitarra eléctrica de “Smoke on the water” de Deep Purple. Más aún si en pleno casting se topa con un genio, un niño gigante que todo lo que toca se vuelve arte: James Gandolfini. Todos esos detalles no le llegan del cielo, sino gracias a esa carretera con escarcha. Donde la caja del disco recién comprado se hizo mil pedazos, pero sin liquidar las melodías de Alabama 3.

Será una creación con visos de comedia, tragedia y epopeya. Aunque eso David Chase aún no lo sabe. Es 1998. Solo conduce con destino a Nueva Jersey mientras la ruta y la música hacen el trabajo por él.

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