JUAN PABLO JIMÉNEZ -.
¿Será propio de la generación de los que hoy estamos en los cuarenta? El escritor chileno Alejandro Zambra a veces pareciera sentirse ajeno a esta modernidad que lo condiciona todo. Debe ser porque en el fondo es una modernidad más bien basada en una careta, en la caricatura que vendemos hacia el exterior como país. Porque hay que reconocer que de desarrollados no tenemos nada.
Y para escapar de esa altanería tan propia de Chile, tal vez el estar permanente volviendo la mirada a la época que éramos niños o adolescentes, sea una pastilla de diazepam que nos ayude a calmar esa permanente ansiedad.
Zambra lo ha hecho en todos sus libros, en mayor o en menor medida. En “Mis Documentos”, desde el nombre juega con pedir prestado un concepto “computacional” que en el fondo es tal como suena: un compartimiento de almacenaje, aquellas cosas incrustadas en la memoria que siempre están vivas y que si las necesitamos, están a la mano, si es que no pasó algo terrible que las borrara…
El computador como un ser aparte en esta vida cotidiana, una mascota de la casa testigo de todo lo que sucede y por ende, un ente que absorve pasajes y estados de ánimo entre las personas, como sucede con Claudia y Max tratando de rearmarse a través de las bondades cybernéticas (“Recuerdos de un computador personal”).
El amor, la inseguridad, el demostrarse algo a sí mismos. Dos personas que parecieran haberse reencontrado en la vida como escribiendo un libro a través de sus cuerpos en permanente lucha, todo eso, hasta que llega la cobardía y la torpeza (“Larga distancia”).
La vida sin fumar. La vida sin un vicio. Como el ahora a partir de haber perdido un brazo, un ojo. Día tras día demostrándose mejor, como una constante prueba. En el fondo, más mal sin ese vicio. (“Yo fumaba muy bien”).
“Mis documentos” es un ejercicio de pasado mezclado con ese presente a través de lo cual somos los monigotes de hoy y del futuro.
Una nostalgia a la que nos aferramos sin ningún sentido, acción que solo nos sirve para dejarnos engullir por esos mismos demonios de los cuales escapamos.
En este libro de Zambra podemos ser un número en el colegio sin apellido ni memoria; un telefonista cuya vida aburrida es como su pega o un patético solitario que se ha inventado la vida de una familia ajena para validarse.
Todo ello está almacenado en “Mis Documentos” y mejor dejarlo así, sin sacarle respaldo.
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