JUAN PABLO JIMÉNEZ -. Muertos. Todos muertos. En una ciudad muerta. Caminando, con vida, por las calles, pero muertos por dentro. Deshechos. Personajes de una película que no quieren protagonizar. Nosotros muertos. Todo esto muerto. Sin mucho sentido. Zombies. Vivos por fuera, pero por dentro, muertos. El chileno Álvaro Bisama en su libro “Los Muertos” sabe de ello. Y lo lleva al papel. Nos cuenta historias de personas que ya están muertas antes de morir. Donde el sinsentido los mantiene vivos, atentos a que suceda alguna cosa que les cambie la rutina y las reglas del juego. Tan muerto como atender la caja de un supermercado porque no queda otra cosa; porque un tatuaje puede ser un testimonio del tiempo y las heridas con navajas de afeitar, un incentivo para sentirse respirando. Tan muerto como un libro de poemas que no leyó nadie, que está perdido en algún capítulo de sí mismo. Grandes historias muertas porque nadie ha reparado en ellas ni las ha inmortalizado.
Anexos de la literatura chilena