Instinto de preservación

JUAN PABLO JIMÉNEZ -.

Franz Kakfa se trataba mal. Siempre estaba resaltando sus defectos por sobre sus cualidades. Esperaba que sucediera lo malo aun cuando las cosas estuvieran resultando.

El sufrimiento para Kafka era una manera de ser feliz, de reconocerse. Y todo iba a parar a sus diarios, donde el escritor encontraba un refugio. Por eso la asiduidad con que escribía sus apuntes, aquellas fotografías escritas de lo que le impactaba en su día, el reflejo de los estados que experimentaba, aquellos túneles a los que constantemente se enfrentaba.

La esencia de los diarios del escritor es rescatada por la chilena y doctora en filosofía, Carla Cordua, en el libro “Kafka en Primera Persona”.

En estos diarios escritos por el europeo, descansa la esencia de su persona. Allí Kafka parecía volcar sus demonios como si se tratara de una conversación con su mejor amigo.

En sus diarios iba registrando el temor, la felicidad precaria, el rol de su familia en su vida y la feroz imagen que tenía de su padre, aquella sombra espesa que dibujó el contorno de lo que sería el futuro para el creador de “La Metamorfosis”.

“Escribo para preservarme” decía y en esos apuntes que eran espejos, hacía las veces de acusado y acusador en un juicio largo donde ocupaba esos papeles con exacta igual pasión.

Cada vez que se enfrentaba a sus hojas en blanco, se abría el pecho y sacaba vísceras y corazón para decirle al mundo que tenía miedo, que se encontraba feo, que vivía cansado, que el trabajo le quitaba tiempo para la literatura, que en el viaje llevaba siempre la pesada maleta de no querer vivir porque para qué.

En “Kafka en Primera Persona” nos acercamos al creador, pero también nos acercamos al ser humano, al hombre que respira y defeca y suda la camisa. Al desgano en estado de latencia como una manera de sobrevivir. 

A medida que se va desnudando, vamos queriendo a Kafka, pero sin compasiones. Los senderos y opciones por él mostradas, son válidos caminos hacia el mismo lugar donde todos vamos: la muerte a través de lo que vivimos. “Mejor estar insomne que seguir arrastrando esta vida”…

Ante tanto vicio, ante tanto gris en la calle, Kafka llegaba a su diario de vida como llegar a una cama caliente después de un día frío, lluvioso e ingrato.

En esas páginas brotaba el niño, el hombre, el miedoso, el genio, el creador, el algunas veces optimista. El personaje, como se arma un personaje sobre las tablas en el teatro.

El estudio de la chilena Carla Cordua es digno de formar parte de las más prestigiosas cátedras sobre el escritor en el mundo, en lo fundamental porque, sin decirlo directamente, nos envía a través del libro a Kafka a nuestra casa, donde éste entra, deja su sombrero en el living, se sienta al lado de la estufa y después de esforzar una sonrisa, nos pide un té o una sopa bien caliente.


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