CLAUDIO RODRÍGUEZ MORALES -.
Usábamos este término en el barrio –derivado de “cabrón” a secas- para calificar a aquellos sujetos que se quedaban con lo mejor, sin compartirlo con el resto, a lo más con su círculo de amigotes. Primero nos quitaban las bolitas de cristal, las figuritas de los álbumes coleccionables o la capitanía del equipo de fútbol. Más tarde, las mesas de pool, los cigarros, los estacionamientos, las cervezas y las novias (recuerdo haber recibido un piedrazo por quedarme con la boca abierta mirando cómo unos hombros pecosos, una trenza pelirroja y una bicicleta se perdían con el viento de la cuadra).
Durante mucho tiempo pensé que el merecedor de este título en la televisión chilena era Mario Kreutzberger, más conocido como Don Francisco.
Este hombre con voz de trompeta, cabeza de toro, siempre dispuesto a cantar con ganas un jingle pegajoso, es el animador del veterano programa Sábado Gigante (que en algún momento de los años ochenta llegó a durar más de diez horas), además de creador de la Teletón (campaña en favor de los niños minusválidos a través de la compra de productos y de donaciones de dinero) y líder de cuanto evento solidario necesite el país por alguna catástrofe natural que nos azote… siempre y cuando el elemento “político” no esté presente, a fin de cuentas hablamos de un sobreviviente gozoso de la dictadura.
Este hombre con voz de trompeta, cabeza de toro, siempre dispuesto a cantar con ganas un jingle pegajoso, es el animador del veterano programa Sábado Gigante (que en algún momento de los años ochenta llegó a durar más de diez horas), además de creador de la Teletón (campaña en favor de los niños minusválidos a través de la compra de productos y de donaciones de dinero) y líder de cuanto evento solidario necesite el país por alguna catástrofe natural que nos azote… siempre y cuando el elemento “político” no esté presente, a fin de cuentas hablamos de un sobreviviente gozoso de la dictadura.
Pasaban los años, la televisión volvía la mirada a sí misma, vulgarizaba contenidos, desataba guerra sin cuartel por el rating, acortaba las reflexiones y alargaba la grosería y el mal gusto, y Mario continuaba con su programita de concursos, notas y sketch en Canal 13 (propiedad en ese entonces de la Iglesia Católica antes de adquirirlo una familia de millonarios). Tras consolidarse en el país como programa sin contrapeso, Sábado Gigante probó suerte entre la comunidad hispana de Estados Unidos. Lo hizo a costa de sacrificar nuestro humor burlesco, canalla y cínico por el más colorinche de Centroamérica. Y tuvo tanto éxito que al animador se le pegó hasta el acento.
Sin embargo, con la llegada del siglo XXI, algo comenzó a cambiar. Cada vez se le daba menos tiempo al programa. Un par de horas, media hora y hasta quince minutos. El satélite agarraba la señal en cualquier momento y la soltaba en otro, como un mero compromiso. Pero ni aun así, el animador perdía su condición de referente dentro de nuestras fronteras. Si a alguien se le ocurría emitir una opinión en las antípodas de la Teletón, una montonera de acólitos clamaba las penas del infierno para el blasfemo (“Pero cómo puedes criticar lo único que une a los chilenos”, era un frase más o menos recurrida). Si se le acusaba de tener listas negras en su programa, flirtear con una modelo en Miami o tener un hijo natural, nunca le faltaba su corte de abogados para detener tanta infamia en contra de un hombre que “solo le ha hecho bien a Chile”.
Hasta que lo sacaron del aire. De manera silenciosa eso sí, para que nadie reparara demasiado en la afrenta.
¿Pero quién podría ser el gran cabronazo de la televisión chilena, más allá del reinado de Kreutzberger? Porque nuestra idiosincrasia de paisito pobre y agrandado, necesita de sus cabronazos para seguir existiendo. Aquel que, a pesar del paso de los años, siempre permanece en su lugar, dicta cátedra frente a las cámaras para que todo permanezca tal como está, mientras por su lado pasan otros “rostros” que pronto terminan relegados al olvido por alguna jugada sucia sin aclarar.
¿Qué tal Pedro Carcuro? Relator deportivo desde la década del setenta, repetidor de lugares comunes a destajo, palmoteador de triunfadores y despreciador de derrotados (aunque su propia hermana haya sido una perseguida política de Pinochet), fabricante de frases para el bronce durante las transmisiones internacionales (como se sabe, el fútbol local se volvió negocio de privados y tendrá sus propios cabronazos apernados y opinantes en el cable).
Su pelo ha mutado de crespo y rojo a blanco y corto, pero la risa sin aire de Carcuro permanece idéntica en las pantallas del único canal público de Chile, creado en un lejano 1969.
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