Por lo que me han contado

JUAN PABLO JIMÉNEZ -.

A propósito de “Volver a los 17”, de Óscar Contardo…

Me acuerdo que hacía casi dos semanas que yo había salido del vientre de mi mamá. Que salí con fórceps, me contaron, como después me contaron todo lo que hasta hace pocos años vengo entendiendo.

Me acuerdo que mi infancia –o tal vez sea lo que hoy interpreto como aquello que rodeaba a mi infancia– estuvo teñida por la muerte de Rodrigo Anfruns, lo que decían que podía sucedernos a los niños en los oscuros pasillos de la Villa Portales en Santiago y por la aparición en tevé de ese señor sonriente de gorra impoluta que hablaba de algo así como de habernos liberado y que cortaba cintas tricolores día por medio.

Me acuerdo de los actos cívicos en el colegio católico en que estudié, donde siempre en primera fila estaban hombres sonrientes de uniforme que después saludaban a los hermanos como si todo se tratara de un triunfo.

Me acuerdo del penal de Caszely, de la primera Teletón –que me generó pesadillas durante meses–, de la insistencia de mis tías –hasta el día de hoy– en contarme que para conseguirme leche tenían que hacer colas durante horas.

Me acuerdo de algunas once-comidas en mi casa, donde se podía cortar con un cuchillo la tensión. Mis padres tenían pensamientos distintos, que se enfrentaban irreconciliablemente. Bastaba solo una frase respecto de lo que se decía en las noticias para que comenzaran a defender sus argumentos, que para cada uno de ellos, eran la única verdad.

Me acuerdo que en el colegio nos decíamos por el apellido, que mil veces escondí la libreta de notas, de la Argandoña en “60 Minutos” y que cuando vino un par de veces el presidente a Curicó, la ciudad se paralizó casi completa.

Me acuerdo que cuando estaba en media me decían que como yo no era grande en el ’73 no podía opinar y que siempre yo les respondía que si era por eso entonces que no estudiáramos ni a Grecia ni a Roma ni a la Revolución Francesa. Me acuerdo que no sabían qué responderme.

Me acuerdo que por mi edad no podía votar el ’88. Que el noventa y cinco por ciento de mis compañeros de curso eran del Sí. Que me apostaron que debía pelarme al cero cuando ganaran ellos el 5 de octubre. No fue necesario pelarme.

Me acuerdo del pan tostado con mantequilla y Cola-Cao en las vacaciones de invierno, cuando por los pasajes de mi barrio la lluvia corría como ríos. Que mi padre para salir a trabajar tenía que meterse al agua hasta las rodillas y que esos largos 15 días me servían para leer a Kafka y Julio Verne.

Me acuerdo que el presidente decía cosas siempre alegres, aunque a veces tenía cara de enojado. Que su esposa sonreía inaugurando ferias de artesanía femenina y que Chile se dividía entre “comunistas” y personas normales.

Me acuerdo que todo lo he ido sabiendo de a poco, que me lo han ido contando, que me he basado en los testimonios de compañeros de universidad, cuyos padres las vieron duras.

Me acuerdo que, aunque duela decirlo, somos una generación un poco al medio de la nada…

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