Cuando formamos, junto al escritor Claudio Rodríguez Morales, la página de Chile Literario, lo hicimos pensando en llegar a aglutinar todos los géneros, subgéneros y tangencialidades escriturales relacionadas con la literatura de nuestro país. Soñamos con ver a buenos escritores escribiendo sobre sus procesos creativos, sobre su propia vida, sus inicios, sus infancias, sus intimidades sexuales, sus nutrientes intelectuales, sus anhelos y obsesiones. También los soñamos escribiendo sobre historietas, epistolarios, crónicas, mails, chats, dramaturgia, lingüística y política; sobre guiones de cine, de teleseries, de sitcom; sobre testamentos, panfletos, diatribas, noticias, copuchas, cahuines, poesía, literatura infantil, ensayos, figuras literarias, teorías literarias, crítica literaria, crítica de arte, crítica histórica, semiología, literatura y poder, literatura y locura, literatura y sexualidad, literatura y cine, narrativa publicitaria, existencial, vitalista, romántica, erótica, pornográfica, satírica y humorística; literatura híbrida, realista, comprometida, policial, microhistoria, historiografía, sistemas de pensamiento, manipulación mediática, chistología, rescate de antiguos escritores y sus obras, análisis de estilos literarios, tendencias del lenguaje, nuevas formas de argot y tantas otros temas relacionados. Nuestro anhelo fue dar vida a un oasis de reflexión libre, provocadora y valiente, un espacio donde todo lo escrito se pudiese diseccionar, deconstruir, reinterpretar y revalorizar.
Nuestra visión, siempre abierta a las formas artísticas nuevas y a la consideración y valoración del peso estético y filosófico que subyace en cada forma escrita, nueva o antigua, nos ha dejado, paradójicamente, con una sensación de orfandad en el mapa literario de nuestro país. Se desconfía de nosotros porque no seguimos los cánones usuales de arrimaje al universo literario. Más bien nos impusimos con cierta soberbia y total falta de respeto, y eso suele dañar fuertemente las susceptibilidades, sobretodo de personas de lomo tan delicado y sensible como los grafómanos. Les dijimos, además, a los viejos vacunos sagrados de las letras, que son unos farsantes que escriben como el hoyo, y para ello no ahorramos en sinceridad, elocuencia y sólida argumentación. Tal como sucede en cada gremio profesional, el mundo de los escritores, separados muy celosamente entre poetas, narradores, dramaturgos y multitud de vagos allegados, se implementa, refuerza y defiende en base a los arbitrarios lazos de amistad e interés, que se superponen a cualquier intento de valoración estética pura entre los compinches. Esta incipiente mafiosidad, intencional o espontánea, que recrea pequeños y muy cerrados grupos de poder al alero de un arte tan noble como la literatura, les genera a ellos mismos escasa movilidad de ideas, conductividad apreciativa, clonación creativa, achanchamiento estético y obcecación ideológica.
Sin embargo (y en este sentido nos sentimos privilegiados), a poco andar se incorporaron a Chile Literario nuevos escritores, entusiastas y leales (los mejores con los que uno desearía caminar) que, con una mentalidad tan abierta como la nuestra, entendieron la direccionalidad y el sentido del sitio virtual. Los aportes han sido valiosísimos, y aunque no es nuestra intención invitar a multitud de creadores para no atestar el auditorio (aunque sí a unos siete u ocho más), sí es nuestro deseo que esto que nació como un blog alternativo de literatura, crezca y se transforme en el más relevante e influyente periódico político cultural chileno.
Estimamos necesario, además, abrir la escritura hacia escritores no profesionales. Qué no daríamos por leer de primera fuente todas aquellas historias tan llenas de vida que los escritores debemos andar robando por aquí y por allá. Qué gusto sería leer de la pluma de una auténtica secretaria, una cajera de supermercado, una vendedora de mall, un jornalero de la construcción, un policía de baja graduación, un desempleado con numerosos hijos, un antisistémico o una prostituta. Cuánto sentido tendría transitar por sus cotidianeidades y conocer sus peripecias para sobrevivir cada nuevo día. Porque, ¿qué es la literatura sino un fisgoneo al alma misma de cada autor? ¿qué es la literatura sino el sueño realizable de la omnisciencia? ¿qué es la literatura sino la búsqueda de sanación o consuelo a los males espirituales que nos acometen? Gracias a la literatura, somos hombres y mujeres invisibles que traspasamos las paredes, que anticipamos intenciones, que decodificamos gestos sutiles, que leemos desde la mente misma de cada personaje, que sentimos lo que ellos sienten, y que en la medida de lo posible intentamos salvarlos de todas las tristezas e injusticias, aunque eso casi nunca se logre. Es cierto que muchas veces, las letras son sólo pavoneos inútiles. Hoy más que nunca nos hemos llegado a acostumbrar a ello. Los farsantes que ostentan sus plumas de plástico han llegado a ser una plaga. Pero hemos sido caminantes del tiempo. Hemos peregrinado por todas las épocas y sabemos que las letras son mucho más que simples y esporádicos pavoneos. Las letras son la columna esencial de la historia, algo así como el registro secuencial de todas las vidas que pasaron, que gozaron, que amaron, que pelearon, que sufrieron y murieron en este mundo.
Estamos comenzando, haciendo camino al andar. Ya hay reseñas y textos críticos de alto nivel, junto a simples resuellos orgásmicos provocados por el exceso de entusiasmo. A veces sólo hemos buscado mencionar a un escritor que nadie más recuerda, o cuyos datos son escasísimos, como es el caso de Fray Apenta o Gustavo Adolfo Otero. En otras, nos ha ganado la emoción muda que provocan poemas como los de Rolando Cárdenas. También hemos dejado en evidencia a ciertos pasteles literarios o escritores chasquillas que quieren pasarse de listos. Y así seguimos, conviviendo, dialogando e intertextualizando con lectores exigentes, estúpidos, entusiastas o desesperanzados, con escritores vivos y muertos, jóvenes y menos jóvenes, provincianos y santiaguinos, guapos y feos, buenos y regulares, diferentes, muy extravagantes o definitivamente mediocres.
Chile Literario es, a partir de este momento, un periódico libre, oxigenante y autónomo, por cuanto no lo financia ningún tipo de interés empresarial, no lo defiende ninguna mafia política, no recibe aportes estatales ni de grandes editoriales, no pertenece a los gremios habituales de escritores chilenos ni hispanoamericanos y no le tiene respeto al academicismo teórico de las escuelas universitarias. Al menos no lo sobrevalora hasta el punto de paralizar la reflexión autónoma. No escribimos para adular ni atraer a ociosos autocomplacientes, sino tan sólo transcribimos nuestro entusiasmo literario y perspicacia apreciativa en torno a las obras escrutadas, que, por efecto de tal escrutinio, pueden ser conducidas al estrado o al basurero. Y si se nos viene en gana hacer otras cosas, las haremos con total desvergüenza.
Atentamente
Jorge Muzam
Claudio Rodríguez Morales
Escritores chilenos