Jorge Muzam
El 5 de noviembre pasado se presentó en Santiago el libro Crónicas de (mi) infancia, del destacado escritor oriundo de Cachapoal, Juan Manuel Jeldres Garrido. Publicado bajo el sello de libros patrimoniales de Editorial Santa Inés, viene a enriquecer el catálogo de una editorial que está marcando pauta en las letras chilenas.
Tuve el honor de escribirle el Prólogo a este apasionante libro, texto que dejo a continuación, esperando que los lectores que me leen en San Fabián de Alico, en la región de Ñuble y en el resto del país, puedan en algún momento acceder a esta extraordinaria obra que tanto nos concierne territorialmente.
Es el tercer libro de Jeldres, luego de Laguna Dial y Amigos:una historia de juventud y otros cuentos, ambos libros también muy vinculados a nuestra comuna cordillerana.
Prólogo
Crónicas de (mi) infancia es el tercer libro del escritor chileno Juan Manuel Jeldres Garrido. Ya en sus primeras líneas se respira un amor filial sincero y conmovedor. La obra parte con una pregunta de su hija sobre las razones del autor para seguir escribiendo, para desde allí remontarse a la época y circunstancias en que se conocieron su madre y su padre, allá por los primeros años 40.
Luego asoman los difíciles primeros años tras su nacimiento y el de su hermana en las zonas rurales de Cachapoal y Gaona, y luego en La Legua, La Cisterna, calle San Francisco y otros lugares de Santiago.
Leer a Jeldres, sus memorias, me hizo recordar una máxima que el crítico de arte inglés, Anthony Blunt, involucraba en toda forma de apreciación artística: debe percibirse claramente la honestidad y rigor técnico en la configuración de una obra.
Y esto fue lo que sentí a medida que avanzaba en la obra. La acabada recreación de época, la prosa ágil y colorida, la inmensidad de detalles, los escenarios concebidos con maestría cinematográfica, los diálogos perfectamente creíbles, la conciencia social implícita, incluso el sutil humor presente en algunos pasajes. Existen, por otro lado, pocas obras, y si las hay son aún desconocidas, que recreen la ruralidad antigua o reciente de Ñuble, lo que le confiere una riqueza patrimonial invaluable a esta obra. Porque describe formas y costumbres campesinas que están en vías de extinción o que ya se han esfumado de nuestra sociedad, y que por lo mismo tienen sabor a nostalgia, a reparación de la memoria, a fortalecer el sentido de vida de todos los que vinieron y seguirán viniendo.
Aires de rulfianismo, senderos infantiles de profunda crudeza a lo Franc McCourt, crecimiento en medio de la precariedad, un difícil asomo a la primera adultez con tonalidades de Knut Hamsun y una firme voluntad ante la circunstancia que otrora fue el sello de Manuel Rojas. Son semejanzas quizá lejanas, pero que hablan del color y temperamento de esta incomparable obra memorística de Jeldres.
Amplio conocedor de ambientes campesinos, de códigos de diplomacia campestre, de rutinas de la ruralidad profunda. Jeldres nos ofrenda para la posteridad un fresco no solo de su memoria personal, sino un fresco social, económico, político, parental, sentimental, culinario, y donde también se mezclan las leyendas, las creencias religiosas y la misticidad frente a un cosmos que a la vez que bello, parece a ratos pesar como un yunque sobre los hombros de los no privilegiados de esta larga y angosta república.
Los animales también tienen su espacio, como personajes plenamente sintientes que acompañan la bullanga de los días. Se les quiere, se les compadece, se les acaricia gracias a la magia espacio temporal de las letras, porque siempre están presentes, lealmente, sufriendo con mayor rigor las inclemencias de la pobreza, el frío, la rudeza de las formas, y también gozando las estaciones cálidas, los nuevos frutos, las esporádicas meriendas, la alegría de los niños, la calidez solar.
Los lugares que cuentan con literatura propia, con escritores y poetas que hayan cantado y contado los ires y venires de su tierra, se vuelven míticos, legendarios, con parte de su memoria eternizada para los descendientes de las décadas y siglos venideros. Eso es lo que ha ocurrido con Cachapoal gracias a la prodigiosa pluma de Juan Manuel Jeldres Garrido.
Siempre agradecido y honrado de haber podido apreciar prematuramente esta incomparable obra.
Jorge Muzam
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