Sábato: grandilocuente, depresivo y pirómano


CLAUDIO RODRÍGUEZ MORALES .- 

Ernesto Sábato (1911 - 2011) a quien más tomó en serio en la vida fue a Ernesto Sábato. Y bien en serio. Tanto en el decir como en el hacer. Imposible determinar la cantidad de hojas que el escritor argentino lanzó a la hoguera en sus 99 años de existencia. Lo hizo movido por arrebatos de autocrítica, autodestrucción y también de vanidad. Sin ir más lejos, su reconocida novela Sobre héroes y tumbas fue salvada de chamuscarse entre las llamas por la diligencia de su esposa Matilde. Sábato reconoció en el programa televisivo del español Joaquín Soler, en 1977, su vocación de pirómano, oportunidad en que brindó una de sus pocas sonrisas al público para indicar que se trataba de un chiste.

No era un tipo fácil. Los periodistas debían solicitarle entrevistas con meses y hasta años de anticipación. El propio Soler contó frente a las cámaras lo dificultoso que fue traerlo al programa y Sábato lo corroboró con un gesto de “y bueh, qué más se puede hacer”. Por principios, el escritor rechazaba cualquier requerimiento de la prensa. A los más insistentes -como lo fue la escritora Isabel Allende en sus tiempos de joven reportera de la revista Paula-, les daba una remota posibilidad, siempre que le enviasen previamente una pauta de preguntas. En el caso de que accediera a conversar, estaba el riesgo de un cambio de parecer por el más mínimo inconveniente: una mala cara, una impertinencia y hasta un mal día. Después se sucedían los intentos de Sábato por hacer rectificaciones y agregados a las declaraciones preliminares, eliminando con ello cualquier intento de espontaneidad. No era raro que todo el proceso derivara, tras la publicación de la entrevista, en una pelea entre el medio periodístico y el propio Sábato, más los desmentidos de un lado y de otro.

A partir de la década del sesenta, Ernesto Sábato gozó de una amplia popularidad por su obra de ficción y ensayística. Se le consideró un integrante especial del Boom Latinoamericano junto con los escritores Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y su compatriota Julio Cortázar (cuando Sábato no aparecía mencionado entre ellos, su puesto lo ocupaba el chileno José Donoso, quien reconoció en la lectura de Sobre héroes y tumbas la inspiración necesaria para concluir su novela El obsceno pájaro de la noche). Sin embargo, cada vez que pudo, Sábato desestimó su inclusión dentro de este grupo selecto, negándose a ser considerado un "fetiche comercial”. De paso, deslizaba una crítica solapada al resto de sus colegas por recurrir a herramientas del marketing y a la ayuda del editor Carlos Barral y de la agente Carmen Balcells para promocionar su trabajo.

Purismo
Como ha ocurrido con tantos escritores, el paso del tiempo se ha vuelto un juez un tanto severo con la obra de Ernesto Sábato. En los últimos años, ha comenzado a ser cuestionado el aporte de sus narraciones existencialistas, metafísicas, sombrías, filosóficas y alegóricas a la literatura universal. Luego de un par de artículos literarios publicados en medios escritos, apadrinado por Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Victoria Ocampo, Ernesto Sábato publicó en 1948 la novela corta El túnel, donde el pintor Juan Pablo Castel relata, con una minuciosidad enfermiza, los motivos que lo llevaron a asesinar a su amante María Iribarne. Tras un largo y expectante silencio, vino el turno de Sobre héroes y tumbas en 1961 y en ella aborda en clave gótica la historia de una familia aristocrática argentina, intercalando episodios de la guerra de Independencia y el célebre capítulo Informe sobre ciegos, publicado después de manera autónoma (las malas lenguas, que en literatura nunca faltan, relacionaron el título y la trama de este relato con el escritor Jorge Luis Borges, por esos años casi completamente ciego, con quien Sábato mantuvo una amistad en permanente tensión). Finalizó su trabajo novelístico en 1974, con la publicación de la obra experimental Abaddón el exterminador. Así, de ser considerado un clásico a la altura de autores como Franz Kafka, Fiodor Dostoievski, Graham Greene, Albert Camus y Jean Paul Sartre, han comenzado a oírse en los últimos tiempos críticas a su escritura -se la califica de alambicada, redundante y forzada- y a su autoasignado rol de consejero de la humanidad.

El cuentista César Aira, en una entrevista otorgada al medio electrónico El Gusto por leer, contó cómo en su juventud acostumbraba a burlarse junto a sus amigos del supuesto malditismo de Sábato, fantaseando que el escritor poseía un contestador telefónico con el siguiente mensaje: “Esta es la casa de Ernesto Sábato. En este momento no puedo atenderlo porque estoy muy angustiado. Vuelva a llamar o deje su número y lo atenderé cuando esté menos deprimido. Al menos Sábato sirvió para darle alegría a la gente”, concluye Aira con malicia.

La propia biografía del autor está llena de episodios dramáticos, grandilocuentes y sobre todo contradictorios. Por ejemplo, cuando decidió abandonar la física, pese a su prometedora carrera académica y profesional en Europa, para abrazar las ideas surrealistas, haciéndose merecedor -según él- del desprecio de la comunidad de científica. O cuando escribió los primeros capítulos de El túnel en la estación de Zurich, durante una espera de seis horas del siguiente tren, con hambre y frío a cuestas. Para qué decir de su relación de amor y odio con el justicialismo, considerando un demagogo calculador al Presidente Juan Domingo Perón y una auténtica revolucionaria a su esposa Eva Duarte. Sus frustrados intentos de suicidio, su relación martirizante con su esposa Matilde, la temprana muerte de su hijo Jorge en un accidente. Su obsesión con la ceguera (sus últimos días los terminó con muy poca capacidad visual al punto de dejar de leer y escribir y dedicarse sólo a pintar). Sus puestos de burócrata en regímenes de diverso calibre, su apoyo a cruentos golpes de Estado, su ruptura con el comunismo, su apoyo a la causa anarquista, sus consejos al dictador Jorge Videla para instaurar una censura televisiva, al che Guevara para hacer una auténtica revolución en América Latina y a Raúl Alfonsín sobre cómo hacer justicia a las violaciones a los derechos humanos cometidas por el propio Videla… Suma y sigue.

La personalidad de Sábato no le impidió, sin embargo, reconocer que su obra se encuentra plagada de errores. Pero también aseguró sentirse muy bien acompañado en esta carencia, pues las obras de Cervantes y Dostoievski también están plagadas de errores. Ilustres errores.

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