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Mostrando entradas de marzo, 2017

George Reeves: la vida como sala de espera

CLAUDIO RODRÍGUEZ MORALES .-  Si nuestros planes están lejos de la realidad, ¿qué hacer mientras tanto? El actor George Reeves, al parecer, lo tenía claro. Y si no, al menos procedió como tal. Mientras esperaba el ofrecimiento de su vida de parte de los grandes estudios cinematográficos, trabajó interpretando a Superman/Clark Kent para un programa de la naciente televisión de Estados Unidos, a inicios de los cincuenta. Asumiendo que su participación en la Segunda Guerra Mundial había interrumpido su carrera (contaba con un rol secundario en “Lo que el viento se llevó”, además de actuaciones en películas de aventuras, bélicas y westerns, en su mayoría de bajo presupuesto, más la promesa de un papel importante en el próximo proyecto de un veterano director que falleciera antes de poder llevarlo a cabo), apostó por la paciencia como aliada. Aunque le parecía un tanto ridículo calzarse el trajecito con la letra ese de insignia, cinturón brillante, calzón a la vista y capa –vestimentas

La casa, el origen, la vuelta

CLAUDIO RODRÍGUEZ MORALES .-  Ministro 294, una puerta vieja. Sobre ella, una pintura a la diabla, carcomida por unas termitas hoy jubiladas. Una escalera hija de otra escalera. Más bien su verruga que la mira de frente. No hay descenso a secas, sólo insinuación, siempre un nuevo “más abajo” desde otro ángulo. Pedazos de esquinas, el plan de Valparaíso, perspectivas infinitas, caos armonioso, arquitecturas sin unidad. Más allá, si se afina la vista, barcos y un pedazo de mar. Una calle más angosta de lo esperado. Cambios que no percibo a la primera. Los objetos libres de hace cuarenta años, una galería, un patio, plantas, árboles con alma atorrante, una vecina borracha fisgoneando, el mariconcito amigo diciéndole adiós al novio en el poste de luz, se simplifican ahora en una muralla única, monocolor, proyectada, tan egoísta ella, hacia el cielo. Solo queda erguirse si se quiere algo de aire nuevo. Por de pronto, yo no lo hago. Lo mío es la tierra firme y su vértigo. Vuelvo a la

Sartre: angustia, libertad y acción

CLAUDIO RODRÍGUEZ MORALES .-  Desde su muerte, tal vez un poco antes, apuntar en contra de Jean-Paul Charles Aymard   Sartre (1905 – 1980) se volvió un verdadero deporte para la elite y la servidumbre satisfecha. De las huestes católicas, no podría esperarse otra cosa, a fin de cuentas este filósofo, novelista, ensayista, político, académico, dramaturgo y Premio Nobel de Literatura francés (galardón que rechazó en 1964 para no hipotecar su libertad) dedicó buena parte de sus escritos a lanzar paladas sobre la tumba de Dios. Sin embargo, la virulencia hacia él y su pensamiento también ha provenido de supuestos compañeros de ruta: marxistas, estructuralistas, existencialistas-arrepentidos, fenomenólogos, liberales-conversos, psicoanalistas y psicólogos sociales. En Chile de hoy, donde hasta el aire tiende a volverse un bien de consumo, si Sartre fuese un personaje influyente, intentarían por todos los medios neutralizar sus palabras con caricaturas, chistes, mofas y persecucio

Sábato: grandilocuente, depresivo y pirómano

CLAUDIO RODRÍGUEZ MORALES .-  Ernesto Sábato (1911 - 2011) a quien más tomó en serio en la vida fue a Ernesto Sábato. Y bien en serio. Tanto en el decir como en el hacer. Imposible determinar la cantidad de hojas que el escritor argentino lanzó a la hoguera en sus 99 años de existencia. Lo hizo movido por arrebatos de autocrítica, autodestrucción y también de vanidad. Sin ir más lejos, su reconocida novela Sobre héroes y tumbas fue salvada de chamuscarse entre las llamas por la diligencia de su esposa Matilde. Sábato reconoció en el programa televisivo del español Joaquín Soler, en 1977, su vocación de pirómano, oportunidad en que brindó una de sus pocas sonrisas al público para indicar que se trataba de un chiste. No era un tipo fácil. Los periodistas debían solicitarle entrevistas con meses y hasta años de anticipación. El propio Soler contó frente a las cámaras lo dificultoso que fue traerlo al programa y Sábato lo corroboró con un gesto de “y bueh, qué más se puede hac