ANGĆLICA PARRA OLIVARES
ĀæQuieres pasear por Concepción? La pregunta me la hace Anita y yo le contesto que no, que ya no me interesa Concepción, excepto los afectos, y ya quedan pocos, algunos familiares y dos o tres amigas de ese tiempo. AtrĆ”s quedó el paseo Barros Arana y los paseos de las tardes o del sĆ”bado en la maƱana para encontrarnos con los amigos-as y compaƱeras, la plaza PerĆŗ y la clĆ”sica diagonal donde los grupos de universitarios caminĆ”bamos, a veces relajados y otras alerta, porque el miedo ya se habĆa instalado en los lugares sagrados.Y vaya que los hubo, el Nuria y sus schops enormes y esas comidas que mirĆ”bamos pasar hacia otras mesas cuando soƱƔbamos que alguna vez nuestros escuĆ”lidos bolsillos podrĆan llenarse solo por el placer de compartir esas exquisiteces con los amigos. Y como no, si en ese tiempo existĆa la solidaridad, la puerta del amigo-a que se abrĆa para esconderte de los cuervos, la cama calentita cuando te pasabas de copas y la micro ya no venĆa. Las tardes en el teatro Concepción en donde empezamos a amar el buen cine y las maravillosas temporadas de la sinfónica, los rincones de la parroquia universitaria y los primeros encuentros de los que andĆ”bamos susurrando nuestra indignación en medio de tanto muerto, perseguido, exiliado o desaparecido. El inefable castillo, donde comenzĆ”bamos la juerga muy temprano, generalmente despuĆ©s de un concierto o mitĆn para terminar todos ebrios y cantando con las prostitutas y los gays que en ese tiempo maldito debĆan esconderse en la calle Orompello para que el odio no fuera tambiĆ©n por ellos.
Ya no me importa Concepción, pues donde habĆa una calle conocida hoy hay un Mall o un espacio frĆo y lejano, y los fantasmas del pasado ni siquiera deambulan por ahĆ, los jardines se olvidaron de llamarnos, la escalera del foro estĆ” sola y triste, los valientes se perdieron en el olvido y los mediocres apotincaron sus nalgas en los sillones del poder.
No me importa Concepción porque una ciudad jamĆ”s debe olvidarse del pasado, de su maravillosa variedad cultural, de sus lĆderes y mĆ”rtires, de su mĆstica e historia. No fue solo el terremoto el que arrasó con sus calles, sino la marca imborrable de la dictadura o el olvido.
No quiero caminar por Concepción, no quiero cruzarme con entes que olvidaron su sonrisa, porque ya no recuerdan a Miguel, Bautista o Luciano. Y si lo hacen solo reconstruyen una escenografĆa de cartón piedra en donde el viejo discurso suena como una letanĆa lejana.
"Yo lo quise, y a veces ella tambiĆ©n me querĆa". Que la nostalgia pueda hacer el milagro.
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