Podría decir que la fotografía que acompaña este texto corresponde a un hecho aislado, a una mera escaramuza violenta del 1° de mayo en Santiago de Chile, pero estaría mintiendo. Lo que se aprecia es pan de cada día, una tradición represiva que se pierde en el tiempo. Hurgamos en nuestra memoria y no encontramos momentos más pacíficos. Al menos la mía recuerda desde el 75 en adelante, y sé que siempre fue igual, bajo dictadura y bajo todos los gobiernos aparentemente democráticos posteriores.
Las fuerzas policiales chilenas, lejos de priorizar el combate a la delincuencia, están adiestradas para reprimir, en primer lugar, las muestras de descontento social. La ideología que está tras ese adiestramiento no nace evidentemente de ellas, sino de una concepción neoliberal de la vida. La teoría original, que emanó desde el Pentágono en los 50 y que se difundió a través de las academias militares y centros de estudios del continente, hablaba de un enemigo interno marxista que había que exterminar. El costo fueron millones de vidas en América Latina, décadas de torturas y persecuciones, y una división profunda en nuestras sociedades. Hoy las condiciones han mutado levemente. El marxismo internacional ya no es una amenaza, pero sí los descontentos, los estafados, los atropellados en sus derechos, las minorías y las personas que quieren simplemente una sociedad más justa. Ellos son los nuevos enemigos del sistema y hay que apalearlos apenas salgan a la calle, para que el reclamo o la insurrección nunca se convierta en una bola de nieve y puedan poner en aprietos a la pequeña camada de supermillonarios controladores.
Contemplo las noticias y veo que la misma situación se repite en España, en México, en Estados Unidos, en Colombia, en Corea del Sur y en todos los países atrapados por un capitalismo salvaje. Demasiado elocuente sin duda.
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