Érase una vez el fenómeno pop-rock chileno

JUAN PABLO JIMÉNEZ -.

¿Era pop? ¿Era rock? ¿Surgió como un movimiento contracultural?... ¿Era o nació como un “movimiento”?

Nadie se había planteado esas preguntas sobre el rock chileno de los ochenta. Nadie se había puesto a reflexionar si esas letras eran un refresco adolescente o el intento por decir algo más profundo.

Difícil es comparar a buenas y primeras a Los Prisioneros con Engrupo o Aparato Raro con Aterrizaje Forzoso.

En “Las Voces de los ‘80”, el periodista Emiliano Aguayo realiza un acabado estudio sobre el surgimiento y desarrollo del fenómeno pop-rock chileno de mediados de los ochenta.

Plantea cuestionamientos y recurre a las fuentes directas, a los protagonistas de aquella época, para que entreguen su apreciación sobre los orígenes del fenómeno, por qué fue un fenómeno, por qué algunos de sus exponentes se silenciaron. En fin. Nada a fondo por un capítulo clave en la historia de la música popular chilena.

Jorge González (Los Prisioneros), Germán Céspedes (Aterrizaje Forzoso), John Bidwell (Banda Metro), Álvaro Scaramelli (Cinema), Andrés Vargas (Engrupo), Luciano Rojas (La Ley), Alejandro Capelletti (Valija Diplomática), Igor Rodríguez (Aparato Raro), Juan Ricardo Weiler (Pie Plano), entre otros, van reconstruyendo esta historia y poniendo sobre la mesa elementos sobre lo que fue este proceso musical que antecedió a la desmedida explosión de EMI en los noventa y la transición con la llegada de la democracia, etapa liderada por Los Tres.

Algunos sitúan el origen de este fenómeno –por no llamarle movimiento– en la Banda Metro, que en la primera mitad de los ochenta recorría algunas ciudades del país con su rock muy emparentado con The Police.

Otros creen que la influencia del rock argentino fue fundamental para lo que sería la creación rockera y pop chilena. Incluso marcan un antes y un después a partir de la actuación de Charly García en el Teatro Gran Palace, en 1984.

Las opiniones son disímiles. No olvidemos el movimiento rockero más fuerte, como Necrosis o Tumulto, por nombrar a algunos, que hacían del Teatro Manuel Plaza un punto de encuentro de devoción.

Gente como Jorge González cree que el rock argentino fue un elemento más en este fenómeno. Si hablamos de influencias, el pop británico también habría hecho lo suyo, a nivel de guitarras como The Clash en Los Prisioneros o a nivel tecno, en el caso de gente como Aparato Raro. Electrodomésticos estaban haciendo algo más complejo de definir.

A grandes rasgos, muchos de quienes formaron después las bandas famosas de los ochenta en Chile, estudiaban sonido en la universidad o música.

En ambos casos, reconocen que estaban en una suerte de búsqueda. Inquietos, querían hacer música pero respondiendo a otros cánones.

Gente como Pablo Ugarte, de Upa!, que estudiaba canto, no se sentía tan cómodo en las salas donde se entregaban clases de música que sí o sí debía ser docta… lo popular era mal mirado por incluso muchos profesores… ni hablar del rock… ¡menos del pop!

El pop-rock chileno de los ochenta no fue una búsqueda de expresión política precisamente. Sí tal vez hubo algunos guiños a ello. Para algunos de los músicos, el canto nuevo y sus lamentos con poncho y charango, era un discurso repetido, añejo y agotador que ya no calentaba a nadie. Había que buscar algo más fresco, aunque no por ello vacío.

Había sí una búsqueda de sonido, como en Electrodomésticos o Banda Pequeño Vicio. Existían las ganas por alcanzar la fama y que se vendieran los discos y eso resultó, en mayor o menor escala, pero resultó.

Y si Los Prisioneros buscaban mensajes más reflexivos, QEP o Engrupo hablaban de cuestiones que podrían sonar más banales, de todas formas también hoy podríamos pensar que eran por lo menos observaciones de lo que le sucedía al ciudadano común, a través de un mensaje más “taquilla” o festivo.

El pop-rock chileno existió y marcó una época, nos guste o no, lo encontremos malo o no. Fue la manifestación de un momento en la historia musical chilena. Y la música siempre está ligada, en su esencia, a lo que sucede socialmente en un lugar.

Chile vivía un período de indefinición, de desorden, miedo y oscuridad. Es cierto, tal vez el fenómeno no captó eso como se hizo en Argentina por ejemplo con su dictadura. Tal vez el mismo miedo hizo que se crearan canciones más bien bailables y donde se hablara de cosas livianas que no hicieran pensar mucho. No nos sorprendamos de nuestra idiosincrasia…

Pero el fenómeno está ahí y el libro “Las Voces de los ‘80”, de Emiliano Aguayo, es un excelente documento para estudiarlo.

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