JUAN PABLO JIMÉNEZ -.
Ingrid Felicitas Olderock es grande. Parece un hombre encerrado en el cuerpo de una mujer. Fuma. Enciende un cigarrillo con la cola del que se está extinguiendo. Mira fijo. Sus ojos son como dos piedras brutas lanzadas al rostro. Dice garabatos. Se enoja. Se para. Se prepara un té. No le gusta que le pregunten de algunas cosas, especialmente aquellas con que se siente amenazada. “No me acuerdo”, dice y se vuelve a enojar. Responde con preguntas. Recibió unos cuantos balazos. Pero no murió. Dice que el disparo en la cabeza la dejó mal; que por eso se le olvidan las cosas. Aunque no, esos daños no tienen secuelas de ese tipo. Dice que jamás torturó a nadie. Que nunca perjudicó a su propia hermana para dejarla en la calle; para que la torturaran hasta que se le fuera la vida. Dice que no tiene nada que ver con esas cosas. Que ella solo recibía órdenes. Que los jefes le tenían mala, porque ella manejaba carpetas y carpetas de información. Información que dejaría la embarrada. Dice que todos le tenían mala; el MIR también. Dice que ella se mantiene sola, que se sacó la cresta toda la vida sola y que moriría sola, pero que nunca pediría perdón por cosas que no hizo. Afirma que Carabineros le tenía mala. Que el Mamo Contreras también le tenía sangre en el ojo. No se acuerda –dice– de esos perros. Nunca tuvo perros según ella. Tal vez era otra Ingrid Felicitas Olderock la que entrenaba y usaba perros para torturar, incluso para abusar sexualmente de los detenidos. Suena raro: los perros abusando de humanos. Y a ella le sonaba raro que dijeran que ella entrenaba esos perros. Lo niega. Dice que ni sabe de lo que hablan. Que solo obedecía órdenes. Cuenta que aquellas mujeres que no quedaron en Carabineros en aquellos años, fueron entrenadas por ella por una cuestión de seguridad, porque vivíamos una guerra. Una guerra con muertos y mucha sangre. Que había que prevenir. Que los del bando contrario le estaban haciendo daño al país. Dice que eso de que torturaban a niños delante de sus padres a ella se lo contaron. O tal vez en alguna oportunidad lo vio. No lo recuerda. O sí, lo recuerda… No… En realidad no. Y prende otro cigarro. Y golpea la mesa. Y se pone roja. Y se queda sola. Vive sola. Las vecinas dicen que la ven a veces comprar pan en la esquina. Que nunca hay ruido en su casa. Tiene rabia. Argumenta que jamás se le reconoció su trabajo y el pedazo de vida que le regaló al país en defensa de esos que estaban haciendo desórdenes. Que nos tenían en ascuas. Como si fuera una diosa. Una virgen que hace milagros. Le llaman “la mujer de los perros”. Se murió hace unos años, sola, como un perro.
1 Comentarios
Impecable reseña. Un personaje macabro de nuestra historia de la infamia.
ResponderEliminarSaludos cordiales, estimado Juan Pablo.