Ánimas



JUAN PABLO JIMÉNEZ -.

“Si conocieras tu 
verdadero origen,
no prestarías 
atención a la vida”
(J.J. Benítez)

Un reportero gráfico va a buscar suerte a algún lugar del mundo. Con su cámara roba cuadros de la realidad. Ése es su sustento.

Un pueblo al norte de un país donde no se han terminado de escribir algunos capítulos. La ausencia de algunas adolescentes y niñas, se ha estampado cruda en el silencio que reina en el desierto.

El desierto es en “Racimo”, de Diego Zúñiga (autor del exitoso libro “Camanchaca”), es como la vida de Torres Leiva, el fotógrafo del que hablamos: seca, sin vida, sin sorpresas, aplastada por un frío que corroe los huesos por las noches.

En Alto Hospicio la gente ha aprendido a vivir con los fantasmas. Desayunan con ellos y caminan con ellos. Los lamentos de las niñas perdidas parecen escucharse todos los días como una rutina, cuando sale el sol y cuando se esconde cobarde sabiendo todas las respuestas que todos buscan hace mucho tiempo.

Torres Leiva deja un pedazo de su existencia en estado de latencia en la urbe. Su hijo no parece echarlo de menos. Por lo menos eso parece dibujarse en su voz cada vez que lo escucha al otro lado del teléfono.

Madres y abuelas amasan el dolor. Un dolor que pareciera ser todos los días más grande. Alguien tiene que contar esta historia.

El fotógrafo y su cámara. Su colega el canuto de las letras y las crónicas. El diario interesado en el melodrama, en la sangre seca, en los restos de inocencia desgarrada. La desdicha para justificar una vida.

Misterios que al parecer se resuelven a medida que las cosas van reposando. Otra vez el desierto como la vida. Los personajes corruptos escondidos donde menos se les supone.

El amor a medias y el desgano en Torres Leiva. Los días tan iguales como esa brisa caliente que peina la arena desértica. Una amenaza, una pistola; la maletera del auto donde mejor guardar silencio.

Una niña que se sube a un auto empoderada en su fragilidad. Nunca llegaría al colegio. Un terror ahogado después. Una piedra pesada que rompe las carnes como una explosión. Una voz que se transforma en ánima.

Una historia que es como en las películas. Personajes que se desarman, como los títeres cuando se guardan en la maleta. Personajes que también son ánimas, que siempre fueron lo que ahora son, no lo que conocimos al principio.



Un hombre que lo confiesa todo. Ese camión que se ve de vez en cuando es una metáfora de todo lo sucedido. Torres Leiva pensando en su vieja vida como si fuera nueva. Lo añejo, lo gastado, los fantasmas, son los engranajes de esta historia, una historia desvencijada.

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