Que vivan los muertos

JUAN PABLO JIMÉNEZ -.

Muertos. Todos muertos. En una ciudad muerta. Caminando, con vida, por las calles, pero muertos por dentro. Deshechos. Personajes de una película que no quieren protagonizar.

Nosotros muertos. Todo esto muerto. Sin mucho sentido. Zombies. Vivos por fuera, pero por dentro, muertos.

El chileno Álvaro Bisama en su libro “Los Muertos” sabe de ello. Y lo lleva al papel. Nos cuenta historias de personas que ya están muertas antes de morir. Donde el sinsentido los mantiene vivos, atentos a que suceda alguna cosa que les cambie la rutina y las reglas del juego.

Tan muerto como atender la caja de un supermercado porque no queda otra cosa; porque un tatuaje puede ser un testimonio del tiempo y las heridas con navajas de afeitar, un incentivo para sentirse respirando.

Tan muerto como un libro de poemas que no leyó nadie, que está perdido en algún capítulo de sí mismo. Grandes historias muertas porque nadie ha reparado en ellas ni las ha inmortalizado.

Tan muerto como saber que en ciento setenta y dos mil ochocientos segundos morirás, con todo el peso que significa aquilatar en la memoria cada uno de esos segundos vividos, porque eso es justamente: un poco más de vida en medio de la falta de gracia de todo esto.

Tan muerto como haber inventado un robot para nada. Sin que nadie lo entendiera ni lo supiera ni tuviera la real certeza de que eso fue así. Si algo no existe para alguien, ¿no existe para nadie?

Tan muerto como creer en que la vida es una suerte de mitología que va a parar a una novela inédita que en suma, es la sucesión de todo aquello que pasa por la mente de alguien pero que no tiene el eco esperado hacia fuera, allá donde están todos los muertos.

Tan muerto como cubrir la guerra de bandas en Sicilia o el desastre de un terremoto en África.

Tan muerto como encontrar la esencia de la vida, el motivo e impulso, en robar autos y transar esos dineros sucios más que para comer, para demostrarse algo que nadie tiene claro, ni ese personaje en sí mismo, ni el lector, que quisiera estar muerto.

Tan cadáver como una muchacha nazi que por fin encuentra el sentido en el juego, la diversión y los cambios dentro de un personaje que era feroz, más de lo que pudo ella imaginar. Un personaje que ojalá estuviera muerto.

Tan desaparecido como un Hans Pozo destrozado, desarmado. Muerto por la vorágine de un entramado que atrapa hasta al más bien intencionado. Muerto porque la gracia era que estuviera muerto para poder seguir existiendo.

Tan muerto como después de beber pisco con jugo a los 14 años.

Tan muerto como quemar una cabeza de chancho en un cerro y preparar una bomba para que, en el mejor de los casos, nacieran otros muertos.

Bisama se mete en medio de la oscuridad de la urbe, imagina muertos, les da forma y los presenta. Son ecos, manifestaciones de esa ciudad muerta, de ese mundo muerto donde vivimos.

Publicar un comentario

0 Comentarios