Juan Agustín Palazuelos: muy temprano para partir


JORGE MUZAM -.

Recién, leyendo la novela Muy temprano para Santiago, del escritor Juan Agustín Palazuelos, me preguntaba por qué no era más conocido, por qué no aparecía en antologías ni manuales ni tratados críticos. Es cierto que murió muy joven, a los 33 años, pero dejó (al menos es lo que conozco) dos novelas de alto nivel.

Tengo la manía de escarbar en la forma de narrar de cada escritor que me encuentro en el camino. Poco me importa el sobre qué escriben, sino el cómo lo hacen, cómo concatenan las frases, cuánta exactitud y pertinencia le dan a los conceptos, cómo se deshacen de los adornos, cuánta fuerza expresiva logran a través de sus construcciones.

De esta forma, y tras pasar por cientos, sino miles de textos de otros escritores chilenos, mi memoria ha ido resguardando a los que he considerado como los mejores: Federico Gana, Jenaro Prieto, Carlos Droguett y José Donoso. Luego Manuel Rojas y Jorge Edwards, y más abajo todo el resto. Y no es que sean malos. Francisco Coloane, Poli Délano, José Miguel Varas, Pablo Simonetti, Enrique Lafourcade, Ariel Dorfman, Carlos Franz, Alberto Fuguet, Germán Marín y María Luisa Bombal, son de primerísimo orden, pero al competir con gigantes quedan inevitablemente rezagados. A Carlos Cerda lo quiero en forma muy personal. Su melancolía se calca con la mía.  Hay otros que me gustan sólo como cronistas, como Fernando Santiván y Daniel de la Vega. González Vera tiene un pequeño Olimpo para él solo, tal como Luis Rivano, que como dramaturgo o narrador es una maravilla. De Collier, aún considerando su perfección en la forma, me resulta de una gelidez exasperante. A Rivera Letelier, Luis Sepúlveda, Isabel Allende, Roberto Ampuero y Pedro Lemebel los tengo en capilla. Los cinco son muy buenos, y desplegaron un talento suficiente como para estar en un estrado importante, pero cuando los empezó a apurar la industria, los plazos, los cheques adelantados, las modas, pues empezaron a escribir cosas de las que no quisiera ni acordarme.  Nicomedes y Volodia son parte de nuestra leyenda patria. Orgullosos mitos fundacionales de nuestra mejor narrativa comprometida. ¿Y Luis Cornejo, Alfredo Gómez Morel y Armando Méndez Carrasco? Escritores de los bajos fondos, puteros y cafiches auténticos. Se metieron a la catacumba del hampa para contarnos sobre ese mundo. Fueron sucios, desprolijos y honestos, y eso es algo que se agradece. Algunos poetas importantes que incursionaron en la narrativa no me han convencido del todo. Pero es cosa de tiempo. Cuando las obras son demasiado experimentales y el tiempo es escaso, no queda espacio para reflexionarlas, para compararlas. Hoy en día, si algo no te atrapa en la primera hoja, pues lo dejas tirado con la promesa de volver, pero la verdad es que nunca vuelves.

Como sea, ahora sumo a Palazuelos. Lo ubico entremedio, a la espera de una lectura cabal. ¿Por qué no incluyo a Roberto Bolaño en la primera categoría? Pues porque lo considero irregular. Es demasiado bueno a ratos y luego es apenas del montón. Pero con esto no quiero indigestar a nadie. Son esencialmente provocaciones. Me gusta pelear. Sé que los egos heridos son buenos contendores. Nunca se acaba de leer toda la obra de un autor, (hay innumerables obras inencontrables, que sólo existen de mención en textos viejos de otros) y eso conlleva a que todo juicio sea transitorio, tangencial, jamás definitivo.

Me han dicho que un tal Marcelo Lillo escribe con solvencia, pero aún no me hago de ninguna obra suya. Igual me pasa con Zambra y con todas las escritoras de la nueva hornada. De los más jóvenes, he leído cosas de Gonzalo León, Gabriel Prach y Claudio Rodríguez, y por los tres meto las manos al fuego. Tienen voz propia y el talento les sale hasta por las orejas. Prach escribe poco, no tiene tiempo, se saca la chucha trabajando, construyendo puentes, durmiendo en hoteles de mala muerte, entre temporeros, cucarachas y putas, soportando la estridencia de las cumbias villeras o los corridos, y de tanto en tanto, logra lanzar frases virtuales que huelen a pólvora.

Palazuelos empieza su novela desde un cementerio, recordando a una tal Isabel. Hay algo de La dama de las camelias en su primera estrofa. Frases cortas, sugerentes, precisas. Un leve aire Proustiano. Romanticismo triste, frío, distante, y también un chismoseo del pensamiento, prejuicios, arrogancia, cierto asco y culpas entre coma y coma.

Avanza su novela, que es casi un monólogo:

"A lo mejor tiene toda la razón. Y somos todos unos mierdas. Pero no tiene sentido el darle tantas vueltas al asunto. ¿Para qué? Si fuera por terminar abofeteándolos a todos, y descuajerinfar el ataúd y sacar a Isabel de allí y darle, también, algunas bofetadas, y luego abrir infinitas tumbas e invitarlos a todos a que nos metamos adentro mientras aullamos de miedo y vomitamos de asco, tendría objeto todo este inmundo arrepentimiento. Ojalá fuera posible volverse verdaderamente loco. Hacer por una vez, siquiera, un gesto definitivo; categórico e irreversible. Pero a lo sumo nos atrevemos a imaginar, llenos de asombro, temor y vergüenza, la mera posibilidad de intentar el precipicio de ejecución. Permanecemos asustados de avanzar otro milímetro en nuestras propias ideas. Y no podemos evitar una cobarde gratitud a las potencias divinas por hallarnos en nuestro sano juicio; por impedirnos cometer un asesinato violento y sanguinario, transformando ese impulso en una sonrisa y un ademán distinguido..."

Palazuelos publicó su primera novela Según el orden del tiempo, en 1962. Tenía 26 años. Los principales críticos de la época, Alone y Hernán del Solar, la trataron bien, y al autor lo reconocieron como un importante renovador de la narrativa chilena. Sin embargo, con su segundo novela publicada en 1965 no fueron benevolentes. Del Solar trató a Muy temprano para Santiago de floja, sin estructura, y a su autor, de pedante, de creerse demasiado el cuento de la fama y dormirse en los laureles. Una crítica injusta y vacía, más bien personal, que deja en claro el recelo que provocaba este intrépido narrador en un gremio profundamente conservador como el de los escritores y críticos literarios chilenos.

El escritor Gonzalo León habla de Palazuelos en su libro "Pornografía Pura" (2004, Ed. La Calabaza del Diablo), Palazuelos "era megalómano, pedante, culto, brillante, yonqui, escritor, falleció un día de julio de 1969, a los treinta y tres años, de un coma diabético." "había cambiado su adicción al LSD por la Marihuana y supuestamente al momento de su coma cometía ciertos excesos".  "En sus inicios Palazuelos fue todo un freak. Caminaba por Santiago con capa y pelo largo, discutía con todos y de todo. Pero también era un galán. Condición que cambió cuando se casó con Josefina, una atractiva uruguaya". "Otra disputa, pero no tan seria, ya que ambos simpatizaban, la tuvo con José Donoso. Donoso le dice por ese entonces a Palazuelos que tenía que calmar su ego, ya que después de todo Rimbaud a su edad había cambiado la poesía. Si- le contesta el aludido con sagacidad-; pero a tu edad Camus había obtenido el Premio Nobel". (estas últimas frases las tomo del artículo Juan Agustín Palazuelos: Comentarios a una Pluma Truncada, de Francisco Miranda Arenas)

Por ahora sigo leyendo la novela. Cuando la termine volveré a redondear este texto.

Publicar un comentario

2 Comentarios

  1. Anónimo22/1/13

    He quedado fascinada con este blog. No es común, o más bien no existe nada igual. Este estilo informal o no pretencioso de escribir sobre las letras y sus autores, permite llegar a una profundidad muy superior de la que logran los textos demasiado académicos y pedantes.

    Buscaré a Palazuelos. No lo había ni escuchado.

    Gracias y muchos besos

    Jessica Bustamante

    ResponderEliminar
  2. Espero redondear a la brevedad este texto, Jessica. Todo se hace al paso, como pulpos incansables. Pero se hace.
    Las dos novelas de Palazuelos se pueden descargar del sitio Memoria Chilena.

    Saludos cordiales

    ResponderEliminar