Jorge Teillier. Uno se imagina…

JUAN PABLO JIMÉNEZ -.

Uno lee Los Dominios Perdidos, compilado de poemas de Jorge Teillier, y se imagina la vida apacible de ese hombre apacible que decía que un buen texto se parece a la sensación de cortarse la piel cuando te afeitas con una gillete.

Uno se imagina su pueblo, repleto de sueños. Su calle, caminada por todos. Su puerta, golpeada por el mundo. Su abrigo largo, para engañar al invierno.

Uno lee al poeta lárico y se lo imagina mirando por la ventana a las 10 de la mañana vaso en la mano esperando que algo lo sorprenda. Se lo imagina saludando a los señores que atienden el bar o la panadería. Se lo imagina intentando dibujar sus sentimientos en un papel en blanco.

Porque él era tan libre, que vivía solo para escribir; el sueño eterno del chico que quiere dejar las obligaciones mundanas para dedicarse a lo suyo sin dar explicaciones.

“Cuando todos se vayan a otros planetas/ yo quedaré en la ciudad abandonada/ bebiendo un último vaso de cerveza” 


Uno camina por esos poemas rústicos, de madera añeja y de melancolía, y se imagina a Teillier en los boliches de su pueblo, donde se han detenido relojes y calendarios. Se lo imagina apoyado en la barra, donde se han incrustado miles de historias. Con una tras otra noble copa donde han ido a parar todas las esperanzas. Los bares: allí donde no caben inquisiciones ni decretos de guerra.

Uno lee estas páginas y se imagina a los amigos de Teillier inmortalizados en los poemas. Esos de los abrazos largos. De las manos apretadas. De los llantos contenidos. De los amores compartidos. De las noches de copas y putas. Esos con quienes cantar canciones pasadas de moda y uno que otro tango a las doce del día el domingo esperando a nuestras mujeres salir de misa bebiendo la sangre de Cristo.

Uno se imagina que en cada libación se establecía en él un nuevo motivo para creer, a pesar de todos los desengaños. Que en cada vaso ya transparente, se escondía el mundo listo para ser desentrañado.

“Veré nuevos rostros/ Veré nuevos días/ Seré olvidado/ Tendré recuerdos” 

Uno leyendo estos poemas recuerda imágenes de trenes. Cuando los trenes eran verdaderos. Cuando caminábamos en el pueblo desde la casona de adobe hasta la estación por la línea férrea. Y éramos felices comiendo moras o tirando piedras al canal. Los trenes de Teillier que se llevan la tristeza y nos traen las buenas nuevas –aunque para eso haya que esperarlos.

Uno se imagina los bosques, donde un hombre silba solitario a lo lejos. Donde se esconden los fantasmas. Donde los árboles no dejan ver el bosque. Uno se imagina a esas mujeres que se han apoyado en un tronco para descubrir su humanidad desnuda y nosotros –Teillier y nosotros–, besando esa humanidad completa como un regalo estelar.

Uno se imagina a muchachas que sonríen sin garantías. Los primeros besos en el barrio, las caminatas por el campo. Y Teillier describiendo todo eso que sucede en los lares tomado de la mano de una niña que le transformó los días. No importa si uno, dos o mil quinientos días, pero que le transformaron y eso fue lo importante.

“Un hombre solo en una casa sola/ No tiene deseos de encender el fuego/ No tiene deseos de dormir o estar despierto” 

Jorge Teillier es un emblema de la poesía chilena. Ya es parte del aire. En otros dominios comparte viejos discos de acetato con sus compañeros y vacía botellas en un ritual sereno y de felicidad sencilla.

Nos quedan sus poemas, pensamientos suyos que interpretaban esa realidad que le rodeaba. Nos queda su maravilla, sus esperas, sus nostalgias enmarcadas en cuadros del recuerdo.

Por ahí anda Teillier: besando humanidades preciosas en los bosques… 

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1 Comentarios

  1. No es posible volver a ser el mismo luego de leer a Teillier. O quizás sí, pero una conciencia muy íntima respecto a todo lo que nos rodea se despierta. La mansedumbre de los perros en las calles, las humaredas de hojas secas, los periódicos viejos que se releen decenas de veces, los viejos negocios que exhiben más telarañas que productos en sus vitrinas, las mujeres que amaron por amar sin pedir nada a cambio.

    Teillier es único en Chile, aunque se puede considerar como emparentado poéticamente con Rolando Cárdenas. Una cumbre en español y en cualquier lengua.

    Los Dominios Perdidos lo pedí tantas veces en mi universidad, en la Biblioteca Nacional, en el BiblioMetro, y siempre volví a releer cada uno de sus poemas, como quien necesita imperiosamente escuchar una sonata de Beethoven cada cierto tiempo.

    Oportuno, necesario, imprescindible, amigo Jiménez. Teillier era hasta ahora el gran ausente en este sitio.

    Un abrazo.

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