Rolando Cárdenas, más allá de una tarde azul

JORGE MUZAM -.

Pensaba escribir extensamente sobre su obra y su vida, y probablemente lo haga a la brevedad, pero por ahora no podía dejar pasar la oportunidad de siquiera referirme a él. Porque aunque aparezcan miles y cienmiles de poetas en el paisaje de todos los días, sabemos que los genuinos son como agujas en el pajar.

Los buenos poetas, los auténticos poetas, son hermanos, se sienten hermanos, se buscan, se protegen, se abrazan, sonríen juntos para espantar la desdicha o para orquestar la alegría de vivir.

Los buenos poetas, los auténticos poetas, no necesitan religión, ni dictados de moral, ni academias, ni leyes estatales, pues su ética es naturalmente inquebrantable. Aman todas las vidas y darán con gusto la propia para que el sol ilumine por igual a todos.


Siento que Rolando Cárdenas es uno de estos buenos y auténticos poetas. Todos sus poemas, todas sus imágenes poéticas, toda su vida marca una cima, aunque el mundo lo haya envuelto de precariedad. Porque Cárdenas sabía quien era y lo que valía y sabía muy bien que las cosas de todos los días, aquellas por las que nos juzgan, no valen más que un telegrama transcrito por un borracho.

Parte de su poema Epílogo:

Yo quisiera morir en una tarde azul
rodeado de mis libros solamente.
Podría ser lejos de mi casa,
en una ciudad desconocida,
también podría ser en la montaña,
cerca del mar, o en un lugar cualquiera,
pero sin nada que me diga que una vez fui amado,
aunque sólo haya sido el amor tenaz de mi madre,
porque estoy tan seguro de haber estado solo
desde el grito primero,
cuando la luz fue mía...

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