Hernán Rivera Letelier: Para seguir viviendo…

JUAN PABLO JIMÉNEZ -.

“Estamos hechos del 
mismo material de los sueños”
(Shakespeare)


Leer “La Contadora de Películas”, de Hernán Rivera Letelier, sirve para acordarse de María Elena, en el norte de Chile.

Aquella vez sondeábamos el desierto. Habíamos aprendido de las bondades de la soledad y el silencio que se escuchaba más intenso que nunca. Un letrero verde nos invitaba a virar a la derecha como a través de una suerte de pasadizo hacia otros confines.

María Elena, un pueblito donde el Teatro estaba cerrado y sin embargo se sentía vivo. Donde uno podía escuchar los dibujos que hacía el viento en el polvo del suelo. Y donde uno se preguntaba cómo lo hacían los mineros para divertirse en aquella soledad espesa como la niebla de Unamuno.

Rivera Letelier sabe de eso. Sabe de las soledades. De la inmensidad del planeta cerca del desierto y en sus entrañas: las minas, arrancándole pedazos a éstas para poder sobrevivir.


Porque de eso se trataba: de sobrevivir. Y la diversión podía ser una especie de salvavidas en ese proceso muchas veces desgarrador que supone sobrevivir.

En la pampa, donde ocurren los acontecimientos de “La Contadora de Películas”, la diversión era una forma de encontrar un sentido a los días.

Era el cine una forma no solamente de pasar las horas, sino también de conectarse con la “realidad”. Las películas contaban aquellas cosas que les estaban sucediendo a otros en otros lugares del planeta o de la vida. Los personajes de esas películas también eran trabajadores del sobrevivir.

La púber María Margarita veía películas en el cine del lugar y después las contaba en su casa. Con el tiempo también hacía pedidos a domicilio.

Con una pared blanca como fondo poco a poco comenzó a manejar el arte, del cual solo ella era poseedora, del contar películas.

La gente llegaba a su casa a sentarse como si estuvieran frente a una pantalla gigante. Si una película duraba una hora y veinticinco minutos, María Margarita ocupaba casi ese mismo tiempo en repetir la historia para el público.

Sus caras, sus gestos, sus tonos, la repetición de los diálogos, hasta aspectos insospechados de la banda sonora, eran llevados por ella hasta su casa en un espectáculo en vivo que se fue transformando en un quiebre para la medianía de quienes vivían con ella en la pampa.

Hada Delcine fue el seudónimo que adoptó la niña cuando su arte había cobrado total fuerza. Sus películas eran el bálsamo para hombres cansados de la vida, para mujeres solitarias; una silenciosa y disfrazada competencia respecto de sus cuatro hermanos hombres, todos con M: Mariano, Mirto, Manuel y Marcelino. Un bálsamo para su padre postrado en una silla de ruedas, que amalgamaba las películas de su hija –en parte un invento suyo– con el vino, como un brebaje para olvidar las frustraciones, su incapacidad, su miseria, su abulia y el abandono de su joven y bella esposa.

Hada Delcine así, se iba transformando en un alivio para la carga de toda esa gente que abarrotaba sus presentaciones para dar vuelta la hoja de un día a otro. Para disfrutar de historias que a veces podían ser una esperanza o más trágicas que sus propias existencias.

La contadora de películas de esa manera también sublimaba sus carencias, dolores contenidos y frustraciones, en el perfeccionamiento de la interpretación como si se tratara de un escenario, del aquí y ahora del teatro.

Olvidarse de las habladuría sobre su madre, del dolor gastado de su padre, de la perversión que ella misma había sufrido justo al centro de su sexo como un atentado a su pureza; atentando que le daba más fuerzas para equilibrar la sutileza de sus gestos y guiones, que en el fondo era lo que le impulsaba a seguir viviendo.

Con todo, la contadora de películas se fue transformando en su propia contadora de su propia película, por lo menos desde la inspiración de todo aquello que la impulsaba a encarnar los roles que en su memoria incrustaba el celuloide.

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4 Comentarios

  1. Quise bastante al comienzo a este escritor. Hizo cosas novedosas. Luego se achanchó, seguramente porque las editoriales le urgían por más de lo mismo. Espero que ahora se empiece a reivindicar.

    Acotada y precisa reseña, amigo Jiménez.

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  2. Una reseña que despierta en mí un gran interés, no podría precisar si se trata del arco argumental que presenta y cómo lo hace, o bien, de la escencia misma del libro. Siento que podría inscribirme en el rol de las mujeres solitarias que en una noche silenciosa necesita de una amiga que le cuente una buena película para pasar el rato intercalando mates entre tanta palabra. Asímismo, presiento que un libro así podría ocuparme algunas horas agradablemente y emularla (¿plagiarla?) en la vida real pues adoro contar de mis películas y series amadas a mis seres queridos. ¿Podré conseguirlo?

    Saludos, muy buena reseña.

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  3. Antonia Ludmiere2/10/11

    En su publicación Romance del duende que me escribe las novelas, Hernán Rivera Letelier hace persistentes apostillas sarcásticas sobre quienes pudieran dudar de la autoría de sus libros, sobre otros que encuentran su lenguaje un tanto chapucero y vulgar, de retórica cursilona y arrabalera, o sobre aquellos a quienes sencillamente no les gusta lo que publica. Esas son cosas con las que tienen que lidiar los escritores, en este caso la reseña le es favorable y el tema interesante pero hay que leerlo para sacar una conclusión precisa sobre el conjunto de su obra y decir que es un buen escritor o no. Hará falta? Tal vez sólo haya que ubicar en la biblioteca el que nos gustó y hacer circular el que no para que no junte polvo.

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  4. Me gusto mucho la manera de Juan Pablo de introducirnos en este peculiar personaje. Una Carismática “Contadora de Películas" o mas bien una encantadora de sueños , que les permite a sus asiduos oyentes entrar a la atmosfera de la magia, propia de la imaginación , a través de los relatos que ella rescata, para deleite de los que la siguen . Evadirse de si mismos por mas de 20 minutos, con "la contadora de Películas"; es la oportunidad de renovación espiritual, para los personajes de esta historia, que absorbidos por mundos de utopías relatadas Histriónicamente y a trabes de ella se sienten salvados de sus cotidianidad.

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