El árbol siempre verde de Manuel Rojas

JORGE MUZAM -.

No conozco a cabalidad la obra de Manuel Rojas. De mi tránsito infantil y adolescente sólo tengo grabada en mi memoria su cuento “El vaso de leche”. Más adelante he leído parte de su autobiografía y “Lanchas en la bahía”, aunque no recuerdo de qué se trataba. Hace poco leí “Mister Jaiba”, y me pareció un cuento formidable. Actualmente transito en su obra de crítica literaria “El árbol siempre verde”, aunque hace un par de días que no la encuentro y temo haberla perdido. Pero esas cosas suceden.

Manuel Rojas sigue siendo hoy uno de los escritores más mencionados en Chile. La cultura literaria e identitaria de los chilenos lo lleva entre sus estandartes. Se sabe que fue un tipo esforzado que debió ganarse la vida en mil oficios de poca monta, que era medio chileno y medio argentino, que era un gigante canoso que daba unas zancadas largas y pesadas, y que su voz era tan retumbante como amable. Se sabe, además, que su último amor fue una alumna norteamericana con la que tuvo que arrancar de Estados Unidos. Al llegar a Chile se paseaba con ella como un niño con un juguete nuevo. Entonces, Manuel Rojas ya estaba en la sesentena y su joven amor no llegaba a los veinte. La separación fue lenta, y más bien Rojas, viejo y con su salud quebrantada, la instó a abandonarlo para que recomenzara su vida en Estados Unidos.


Manuel Rojas es un escritor famoso que casi nadie lee. A todos les basta con saber que fue uno de los grandes y que parte de sus obras están traducidas a veinte idiomas. Es suficiente. No se puede presumir con un escritor tan conocido. Se le da por sabido como abrocharse los zapatos.

Apenas encuentre mi libro perdido retornaré con este texto.
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